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miércoles, 23 de junio de 2010

* EL ÁRBOL SANTO DE LA ISLA DE EL HIERRO

A veces, un margullo por viejos libros, resulta interesante. Anoche, me dio por la colección de clásicos canarios, de ediciones Goya y traducción, introducción y notas de Alejandro Cioranescu. Me paré en reposada lectura sobre el mítico y legendario árbol Santo, en la isla de El Hierro, por donde he estado en distintas ocasiones. Hoy, el antiguo árbol derribado por unos vientos huracanados ha sido sustituido por otro Til, que si no recuerdo mal, se plantó en el pasado siglo. Con don Sósimo y el amigo Nanino, estuvimos por esta zona recorriéndola palmo a palmo escuchando las sabias palabras y el conocimiento de don Sósimo.

EL ÁRBOL SANTO DE LA ISLA DE EL HIERRO

La excelencia de este árbol, que en lengua herreña se llama Garoé, es tan grande que, además de la merecida admiración que despierta en cualquiera que lea a Plinio, muchos creen que es milagro y divina providencia, más bien que efecto natural. Pero los investigadores de los ocultos secretos, que no lo han visto, dicen que está vaciado, a manera de caña, y que nació casualmente encima de alguna fuente; de modo que el agua entra, debajo de la tierra en el tronco, y después sale por algún lado, de manera que parece que el árbol produce el agua por su propia naturaleza. Otros suponen que es tan seco y poroso, que tiene la fuerza, como el imán, de chupar el agua de la tierra y devolverla después por sus ramas y por las hojas.

Plinio escribe que en esta isla, los árboles de los cuales se saca el agua son parecidos con las férulas, algunos blancos y otros negros, y que de los blancos se saca el agua buena para beber, y de los negros, el agua amarga. Ambas cosas son falsas, porque este árbol Garoé, y otros de su misma naturaleza y de su propio efecto ni se parecen con las férulas, ni son negros ni blancos, ni se saca de ella agua buena o amarga. La verdad que este árbol no es otra cosa que el incorruptible Til, con que se adorna el agradable Partenio del divino Sannazaro. Este árbol busca los montes y es duro, nudoso y conífero. Tiene hojas llenas de nervios y parecidas a las del lauro. El fruto es medio pera y medio bellota; las ramas, intrincadas; nunca pierde las hojas y no alcanza grandes alturas.

En estas tres islas occidentales se hallan muchísimos tiles que dan buena agua; pero sólo se tiene cuenta, del que los herreños llaman Árbol Santo, por ser el mayor de todos, y también porque da mayor cantidad de agua. Este árbol es tan grueso que apenas lo pueden abrazar cuatro hombres. Está lleno de ramas muy intrincadas y espesas. Su tronco está cubierto de una pequeña yerba, que crece en todos los árboles que tienen mucha humedad. Está situado encima de un barranco, en la banda del norte. Está tan torcido en su parte baja que los hombres que van a verlo suben y pasean por encima de ella; y debajo tiene un gran foso en el que se recoge el agua que gotea de este árbol.

La maravilla de gotear agua no es otra cosa sino que cuando reina el viento de levante, allí en este valle se recoge mucha niebla que después, con la fuerza del calor solar y del viento, suben poco a poco, hasta que llegan al árbol; y este detiene la niebla con sus numerosas ramas y hojas, que se empapan como si fuera guata y, no pudiéndola conservar en forma de vapores, la convierte en gotas que recaen espesísimas en el foso.

Todos los otros árboles de esta clase producen el mismo efecto cuando pasa la niebla encima de ellos, e igual lo hace la carrasca en todas esas islas donde haya niebla; pero ni los unos ni los otros producen tanta cantidad, por ser pequeños. En esta isla, el agua que así se produce se reparte con buena cuenta entre los isleños, porque en toda la tierra, aunque haya las tres fuentes mencionadas, no hay agua bastante para el sustento de la gente.

Ninguna cosa de este árbol parece tan digna de maravilla como lo es su incorruptibilidad. En efecto, por la diferencia que sus grasos tiene con los demás, así como su grandeza y sus efectos se podía pensar que había nacido mucho antes que Plinio. Y esta cosa no se debe atribuir sino a la perfecta proporción de los cuatro elementos que lo componen. Merece sin duda considerarse como Santo y maravilloso entre cuantos han sido celebrados por Pigaffeta, por Münster y por otros naturalistas, pues con esta planta rara y perenne la divina providencia quiso asegurar la vida de aquellos hombres, que desde el principio vinieron a vivir aquí. Gracias a ella se conserva hasta el presente su descendencia; y por lo mismo colegimos de su inmutable naturaleza, que deberá conservarse por toda la duración de los siglos futuros.

ALFREDO AYALA OJEDA

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