Días atrás se me amontonó el trabajo. Quizá por ello, se resintió mi salud y terminé en manos de médicos. Son los tropiezos, el peaje o los obstáculos, según se mire, que debemos pagar por usar la autopista de la vida…
Quería vivir el calendario de festejos y distancias, descanso, crónicas, diabetes y edad, no deben ser compatibles… “ serenata de los balcones”, “romería del Pino”, “el Charco”, “la rama votiva”, “Ofrenda de Las Marías”, agasajos, distinciones, junto al mágico momento del alumbramiento de Tirma, la perrita de Carmelo, mi suegro, fueron demasiados calderos para un solo fuego… ¡Pero que me quiten lo bailao…! Lo cierto es que con mi cámara, levantando el acta de lo que había y vivía, un golpe de calor acabó con mi precaria resistencia…
Superado el susto, visité a Tirma. Una perra Presa Canaria a la que suelo visitar esporádicamente. Tirma es vistosa, equilibrada y desde que salí de las manos del médico y abandoné el Centro de Salud, ardía en deseos de verla con sus cachorrillos… Tirma, es una auténtica madraza. La vi dándole los tiernos lametones y carantoñas a la camada…
Ella, a la que acaricié de pequeña, me olió mucho antes de que llegara a sus dominios… Desde que notó mi cercanía, erguida, cansada, pero afectiva, se puso en pie. Su mirada de fuego se posó en mí... Necesitaba cariño… Deseaba la caricia de una mano amiga… Suavemente, recorrí su cuerpo una y otra vez… Ella, mimosa, respondía a los gestos y halagos con arrumacos y lametones… No había palabras, solo ternura…
El silencio reinante en este apartado rincón de Ingenio Blanco, solo quedaba roto por el canto de algún gallo de la zona… Mientras la acariciaba pensaba: “el amor con palabras no se dice…Son los gestos, el trato, los que sustentan el cariño mutuo…” De pronto, cómo queriendo adivinar mis pensamientos se puso en pie y encaminó sus pasos hacia donde estaban sus hijos. Al poco, quizás para presentármelo, regresó con uno de sus hijos, en el hocico… Un cachorrillo, atigrado, verdino.
Tirma, se tumbó a mi lado… No sé cuánto tiempo transcurrió porque, la verdad, cuando estoy alrededor de un perro de Presa Canario, nuestro símbolo, reconozco que suelo perder la noción del tiempo… Me puse en pie y junto a Tirma entré en su celda para ver el resto de la camada… Durante un largo rato, tomé algunas fotos de los pequeñajos que, en esa lucha por subsistir, afanosamente buscaban los pezones de de su madre…
Tirma, está guapísima… Está que enamora. Yo, como otros miembros de la familia, somos sus eternos novios… Es que hay perros que nada más verlos, te enamoran.
ALFREDO AYALA OJEDA