Cuando
uno que rezuma pueblo y se adentra en el mundo de adivinadoras, echadoras de
cartas o caracoles, perlos, santiguadoras, hechiceros, lectoras de fondos de
café, fumadoras de puros y un largo etcétera, veces se te erizan los pocos
pelos que me quedan y otras, te quedas con cara de interrogación. Cierto es que
Dios está lejos y se le acumula el trabajo. Tan cierto como que la gente de a
pié o a caballo, necesitan respuesta inmediata a situaciones urgentes y van en
busca de una engañosa solución rápida a los problemas que los atosigan. Quizás
por ello, “visitan” con relativa frecuencia a tanto embaucador suelto.
Muchas
han sido mis incursiones. Incluso, recién llegado de uno de mis viajes
alrededor del mundo, una empresa catalana contactó conmigo para hacer una serie
dedicado al mundillo de la brujería, curanderos del “culebro”, sanadores,
santiguadores. Simplemente, después de repasar los apuntes de los guiones y
mantener en Madrid unas conversaciones, no me interesó. Por ese entonces,
estaba más interesado en otra línea de trabajo que se acercaba más a esteleros,
sin descartar alguna “relumbrona” que
tenía cierta consideración en las islas.
Como el
caso de Clotilde Mesa, en la isla de la Gomera afamada curandera que, tenía
conocimientos para la cura del “Culebro”. El culebro no era otra cosa que el
herpes zóster (“enfermedad cutánea, vírica, caracterizada por la aparición de pequeñas
vejigas rodeadas de una aureola rojiza). En Canarias, recibía el nombre genérico
del culebro por la forma en que se extendía por el cuerpo. Se decía que si
llegaba a unirse la cabeza con la cola, las horas del enfermo estaban contadas.
Clotilde Mesa, con las primeras luces del día, usaba un alfiler para dar la “estocada”
definitiva al herpes y, al decir de mucha gente, “tenía mano de santa”. Se
comentaba, incluso, que muchos médicos se desplazaban hasta su domicilio para
interesarse por su técnica sanadora.
Personajes
cómo María “La barajera”, que al decir de la gente llana, tenía sus acertones. Fruto
de la interpretación de la lectura de las cartas, atesoraba merecida y justa fama
en la isla. A su consulta, a mitad de una pina loma, acudían “clientes”
llegados desde los más apartados rincones, en la inútil y afanosa búsqueda de
saber que les deparaba el futuro. Mi informante, vecino del lugar y hombre
popular, me repetía machaconamente: “¡vienen hasta ricachones y políticos!”. Incluso,
en cierta ocasión, adivinó quien iba a ser el Alcalde del municipio…
Durante
mi estancia en la isla, acumulé sobre María, numerosa información. Había
despertado mi curiosidad, desde el mismo instante en que supe de su existencia.
Recuerdo que, atrapado por la curiosidad, quise conocerla y fui a su casa. Iba
provisto de una cámara de televisión. Llamé repetidamente a su puerta… desde el
fondo de la casa una voz cantarina dijo repetidamente: ¡ya voy!... ¡ya voy…!
María,
vestía un mugriento “traje saco”. Su cara estaba surcada por el paso de los años.
Y su blanco cabello quedaba escondido
bajo un sombrero graciosero… ¿Quería algo…? Sí; que me leyera el futuro… pero
vengo con esta cámara para grabar… A mi no me importa, respondió.
Y
nos sentamos enfrentados en la mesa…
Observé
detenidamente cada rincón del modestísimo “recibidor”…
Un
fleje de baraja española reposaba sobre una vieja, generosa y ateada mesa de
riga. Las cartas, pringosas, estaban vencidas por el tiempo y el uso. Los
cantos, ajados, gruesos de los repetidos golpes sobre la dura mesa. Son, los desvaídos
naipes, la valiosa herramienta de trabajo de María “la barajera”, famosa
“echadora” de cartas de la zona. A esa herramienta une un verbo confuso que “el
visitante”, suele traducir a conveniencia…
¿Una
mano?... ¿hasta el final?
¡Hasta
el final! ¿Cuánto cobra?
Mil
pesetas una mano, dos mil el completo.
Mientras
barajaba las viejas y manoseadas cartas, hablaba sin parar…
La
baraja, de manera desordenada, las iba colocando sobre la mesa haciendo extraños
círculos… leía, apresuradamente, desvelándome la misteriosa e imaginaria
escritura que María interpretaba pintándome un panorama desolador: “no vendrás
más a esta isla”… “tu pareja te engaña con un hombre revuelto en color”… (Revuelto
en color: referido al pelo, que no es ni rubio ni moreno)…tendrá muchos
problemas con unos papeles…
María
“La Barajera”, como los toreros, usa las cartas como “muleta” de engaño. Sus
ojos, no se apartaban de los míos buscando las señales que la guiaran por los
senderos adivinadores.
Ni
que decir tiene que en numerosas ocasiones regresé a la isla. María “la
barajera”, mujer de mundo, rodeaba su “trabajo” de un misterio envolvente.
Procedía de Tenerife y su vida había transcurrido, en las inmediaciones de la
Recova, hasta que surgió el amor, cambió de aires y comenzó a cimentar cierta
fama.
ALFREDO AYALA OJEDA