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viernes, 13 de mayo de 2022

* SOBRE “EL CAJÓN COMUNAL”


… El pobre, siempre cargando el saco de la pobreza

Pues sí: “Las ciencias adelantan que es una barbaridad” expresión que se debe a aquella zarzuela estrenada en 1.894, “La verbena de la Paloma”, donde nada más iniciarse la puesta en escena, los personajes don Hilarión y don Sebastián hacen alusión a los avances de las ciencias y la medicina…

Ha pasado el tiempo. Embargo, los cambios cada vez nos sorprenden menos y lo que ayer parecía un sueño, hoy son realidades. 

Por las fechas, por lo que adelantan las ciencias, por el mes del tenorio y la proximidad de las fiestas de San Andrés de cacharros y tablas, de prueba de vinos, salidas de Ranchos de Ánimas, de difuntos y las Tafeñas pues me he puesto a reunir algunas historias y vivencias, alusivas a las fechas en que vivimos. 

Como en aquella ocasión en que en la zona de Tigaday (Hierro), acudimos (1.977) para hacer una grabación para el programa de Televisión Española “El Pueblo Canta”, dirigido por Fernando Díaz Cutillas y en la que fui el Productor. El Hierro era una isla diseminada, escasamente poblada que, con la inauguración del aeropuerto, empezaba a despertar de un larguísimo letargo. Guiados por el fundador del grupo Tejeguate, Ramon Padrón Cejas, fuimos por una de aquellas polvorientas calles para llegar a una desvencijada choza de piedra seca, que albergaba un viejo cajón comunal que sirvió, hasta hacía poco, para dar justa sepultura a los vecinos que no tenían posibles para costearse la cristiana sepultura. Durante largo rato lo contemplamos. Estaba descolorido, carcomido por el uso y el paso del tiempo. También acribillado por la polilla. El fondo del ataúd era como dos hojas abatibles y una tranca. El difunto, era introducido en la caja y transportado hasta llegar al lugar del descanso eterno. Allí, se abrían esas hojas abatibles y el cajón volvía nuevamente a la choza, a la espera del fallecimiento de otro pobre.


Los Llanillos-Frontera-El Hierro (foto de Ramón Padrón Cejas)

Después, andando el tiempo, repasando papeles y girando visitas a distintos lugares, donde me interesé, en diferentes municipios por los cajones comunales que mecían recuerdos de tiempos pasados, cuando prestaban un buen servicio a esa parte de la sociedad más desfavorecida… Entre los que recuerdo, en buen estado de conservación figura el de Hoya de Pineda, popularmente conocida como “La Cueva de la Caja”.

Un valioso trabajo etnográfico de la FEDAC, nos introduce en esa época que se prolongó hasta bien entrado el siglo pasado:

“El uso de la caja de muertos comunal se extendió hasta mediados del siglo XX, un período de poblaciones dispersas y muchas veces alejadas de las iglesias y cementerios, por lo que cuando una persona fallecía, los hombres jóvenes del lugar iban a la cueva que guardaba la caja de muertos comunal, para transportar al finado hasta su última morada, después de recorrer kilómetros por angostos caminos y profundos barrancos, rutas en las que había apeaderos señalados, para que los vivos tomaran un respiro y los muertos recibieran rezos. Algunos de estos puntos, llamados descansaderos de muertos, sobreviven aún al paso del tiempo aislados en los caminos, aunque la población solo repara en las cruces e interpreta su amplia repisa de piedra como un altar, cuando en realidad es el espacio en el que los jóvenes depositaban el ataúd para descansar y acometer el siguiente tramo del camino. Así era en Hoya de Pineda en Gáldar, donde aún puede visitarse la denominada Cueva de la Caja, que albergaba un gran ataúd de madera para los fallecidos adultos y otro pequeño y blanco para los niños, para las familias que no podían adquirir uno propio para su finado.

El centro y sureste de Gran Canaria, con sus profundos barrancos y aquellos pagos mal comunicados, presentan aún numerosas muestras de religiosidad popular como la Cueva del Aire en Veneguera, las Cuevas de Muertos de Tasartico y Tasarte y los féretros comunales de Fataga.”

También, el prestigioso antropólogo don Francisco Mireles Betancor, en la publicación “Fiestas, dolor y muerte” referida a Gran Canaria, señala que:

“En la sociedad tradicional canaria había un tiempo para la vida y otro para la muerte, los dos se interrelacionaban y se intercalaban. Durante la vida te preparabas para la muerte, encargando la mortaja, dando instrucciones precisas para el enterramiento, pagando las misas de luz, o solicitando que el rancho de ánimas se acercara a la casa familiar. Después de la muerte, los allegados recordaban y mantenían la presencia del difunto entre ellos, colocando cuadros o fotos, usando ropas de luto y crespones, encendiendo lámparas de aceite, acudiendo a las misas de difuntos, etc. Tampoco ha de extrañar que en cierto sentido la fiesta formara parte de la muerte, entendiendo como fiesta aquellos momentos en los que se reúne la comunidad para recordar o conmemorar y a la vez celebrar, al difunto, como la noche de los finados o el día de todos los santos en el enrame de las tumbas”.

En el año 1.812, se inició la construcción del primer cementerio de Las Palmas de Gran Canaria, en el linde entre Vegueta y el barrio marinero de San Cristóbal. La obra, debía costearla las arcas municipales, pero al no disponer de los recursos necesarios, el obispado anticipó el dinero…Surgió entonces el problema… ¿Cómo se iba a dar eterno reposo en camposanto cristiano a quienes profesaban otras religiones?.

Fue en esos momentos cuando se decide que, en uno de los laterales del cementerio de Las Palmas, se enterrarán los difuntos protestantes de nacionalidad no británica… Esto motivó una airada protesta de la iglesia católica que, desde entonces, se negó a acompañar el cortejo fúnebre hasta el interior del cementerio de Vegueta, despidiendo a los fallecidos a la sombra de un cercano ficus que, desde ese momento, pasó popularmente a llamarse “Árbol del responso”…

Sobre el histórico árbol amigo o amiga lectora tienen en este mismo blog, https://www.etnografiayfolclore.org/2011/07/el-por-que-del-historico-arbol-del.html sentida reflexión, que me lleva a la triste conclusión que, hasta para proteger y respetar un árbol, dependamos de la sensibilidad del político de turno.


ALFREDO AYALA OJEDA