Como sobresaliente y el más consolador de
los presagios en el inminente inicio de este incierto e
inquietante año 2013, compartimos con todos ustedes la esperanzadora noticia de
lo que será uno de los acontecimientos musicales más relevantes en este nuevo
año que se avecina, cuya envergadura y trascendencia, sin dudas propiciará que
el mismo se constituya en uno de los hitos de nuestro panorama cultural.
Nos referimos a la tan esperada presentación del nuevo proyecto
discográfico “Un Minuto entre amigos”, que tendrá lugar el viernes 4 de enero,
en el Teatro Leal de San Cristóbal de La Laguna.
Simplemente les avanzo, que a diferencia de otras experiencias
similares, este nuevo disco no se limita a una evocación nostálgica y al
recuerdo de la figura de Manuel Luis Medina; “El Minuto”. Estamos ante una
propuesta musical innovadora, tan extraordinaria, versátil y heterogénea, como
lo es el portentoso elenco de protagonistas participantes:
Parranda de Cantadores, Luis Morera, Olga Cerpa, Encantadoras,
Manolo Vieira, Celso Albelo, José Manuel Ramos, Alma De Bolero, Manolo
Estupiñán, Isabel Padrón, Maricarmen González, Beatriz Alonso Quartet, Troveros
de Asieta, Sergio Núñez, Candelaria González, Pancho Delgado, Jeremías Martín,
Emilio Negrín, Alba Pérez, Irene Niebla, Claritzel, Jairo, Jonathan, Josue,
Fernando, Luis Rivero, Carlos Martín, Arena Digital, Rampa en Gran Canaria,
Michel Montelongo...etc.
De la maestría y solvencia de todos ellos…y de alguna otra
sorpresa más, podremos disfrutar todos aquellos afortunados que adquieran una
entrada para tan señalada noche.
A quienes no les sonría la suerte y la oportunidad de acudir al
evento, podrán tener el consuelo de adquirir esta joya discográfica en breve
tiempo.
Félix Román Morales
(Artículo de Gonzalo Hernández, a propósito de su entrevista
con Manuel Luis Medina, días antes de su fallecimiento).
Ya no habrá más serenatas, de luto están
las macetas…
Manuel Luis Medina, el
Minuto, fue quizás la voz más sensible y el personaje con mayor carácter de
cuantos artistas poblaron el panorama musical canario del siglo XX —«Yo era
correcto con todo el mundo. Con todo el mundo que yo quería. Con los demás no»,
me explicó una tarde en una conversación, entre vinos, en el restaurante Casa
Maquila, días antes de su fallecimiento.
Su infancia estuvo marcada por los sonidos en que lo imbuía su tío
Don Luis Ramos Falcón, el emblemático presidente del Orfeón La Paz de La
Laguna, además de querido orfeonista lagunero. Aquella tarde de mayo del año
2007, aún recordaba —e incluso cantaba— la “Romanza del niño judío” que su tío le
enseñara:
Qué me importa ser judío,
si ya lo soy por ausencia...
Manuel Luis era, a finales de los años sesenta, un joven que se
movía en ambientes culturales universitarios, de La Laguna y de Madrid, donde
cursó —sin finalizar nunca sus estudios: «No di ni gongo», confiesa— Derecho y
Ciencias Políticas. En aquellos años, junto con otros amigos de La Punta,
formaría Los Sabandeños, uno de los grupos de música popular más relevantes de
España durante varias décadas. En los discos que grabó con ellos —sus primeros
sencillos y seis de sus álbumes iniciales— quedaron registrados con su voz
solos que son hoy en día parte importante del archivo sonoro del folclore de
las Islas Canarias, como la copla grabada en marzo del año 1968 en el segundo
sencillo del grupo:
En la fiesta de Las Mercedes
a una maga le di un beso,
se me quedaron los labios
dando gusto a gofio y queso.
La vida cultural y universitaria de la España de aquellos años
setenta fue el germen de todos los cambios sociales y políticos que vendrían
después. El boom de lo sudamericano invadía todos
los territorios del arte —la literatura, la pintura, la música…—. Y los jóvenes
tomaron aquella música sudamericana como bandera. Eran los años en los que
Jorge Cafrune cantaba al hombre del campo —su vida, sus costumbres y su
pobreza— con versos de Athaualpa Yupanqui, Jaime Davalos, Falú... Años en los
que Ariel Ramirez componía la misa criolla; en los que Violeta Parra, Mercedes
Sosa y Horacio Guaraní eran verdaderas autoridades de la cultura hispana; mientras en España, en la única
cadena de televisión existente por entonces, Jose Luis Balbín, en su programa A fondo, entrevistaba a personalidades
de la talla de Juan Rulfo, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Mario Vargas
Llosa, Atahualpa Yupanqui o Chabuca Granda.
Manuel Luis, el
Minuto, cercano a la vanguardia cultural del momento, no podía permanecer
ajeno a todo aquello; y así, aunque su carrera artística comenzó vinculada al
folclore y a la música popular canaria, no tardaría en sumar su voz a este
nuevo movimiento. «La vinculación de la música sudamericana conmigo, o la mía
con ella —me contaba en Casa Maquila— se debió a que me gustaban las letras, y
por supuesto, la música. Los Sabandeños nos metimos primero con las guaranias
paraguayas, que eran lo más que se nos adaptaba, o lo más cercano que teníamos.
Y luego ya le metimos mano a la música argentina».
El Minuto habría de ser, de hecho, el primero en Canarias en
interpretar y grabar muchos de los temas que hoy en día forman parte del acervo
popular de las Islas, como en el caso del tema “Tus ojos”, grabado en el año
1972 en el disco Cantan a
Hispanoamérica, de Los Sabandeños, con su voz en los solos.
Tus ojos, que son mi alegría,
tus ojos, que son mi esperanza,
por ellos mi alma suspira,
en tierno arrullo, arrullo de amor.
En 1974, animado por el director de la casa discográfica Colombia,
Don Benito Lauret, decidió abandonar definitivamente las filas de Los
Sabandeños para comenzar su carrera discográfica en solitario, con el disco Argentina en la voz de Manuel Luis.
No contento con ello, el
Minuto quiso ir más lejos que
otros muchos de los que en aquellos años reinterpretaban para el mercado local
lo que llegaba a través de las grabaciones discográficas: hizo las maletas y se
marchó a Argentina, a reinterpretar aquellos temas de su primer disco en su
país de origen.
Crítico y sincero como era en todas sus entrevistas, de regreso de
su aventura americana, se hacía eco tanto de las buenas opiniones —como la que
le hiciera un crítico musical ante la audición del tema “Balderrama”, en
presencia del conocido poeta argentino, ya fallecido, Hugo Alarcón, quien
expresó su sorpresa por el hecho de que “Con tanto falso argentino y con tanto
folclorista que mandamos a Europa resulta que nosotros podemos importar de las
Islas Canarias a un intérprete fiel de nuestras propias canciones”— como de
aquellas otras, no tan positivas, y que él se felicitaba en recibir, que le
hicieran en el programa coloquio de radio Excelsión —aún hoy entre las emisoras
más importantes de Buenos Aires—, en el que, después de escucharlo cantar la “Balada del
Loco”, mostraron su descontento por su desconocimiento del ambiente real del
barrio donde se desarrolló el tema. A lo cual, en aquella ocasión, Manuel Luis
no tuvo reparo en responder que conocer Buenos Aires en el sentido de esta
canción equivalía a ser porteño, y en reclamar el reconocimiento del mérito que
suponía la defensa de una cultura que no era la suya.
Su íntima amistad con otro de los fundadores del grupo de La
Punta, Julio Fajardo, músico muy relevante en el panorama musical de Tenerife a
principios de los setenta, lo llevaría a formar dúo con este último: el dúo
Fajardo-Medina. Comprometido social y culturalmente, sus recitales en aquellos
años fueron más allá del simple entretenimiento, como cuando quiso actuar ante
los emigrantes españoles en Munich, o en Francfort.
Pese a todo, Manuel Luis Medina nunca
habría de desvincularse afectivamente del grupo que, en 1968, creara junto con
otros amigos de la adolescencia: «A Los Sabandeños los quiero como un hijo mío
—me reconoce—. Es lógico. Puedo despotricar de Los Sabandeños, pero no me gusta
que otros lo hagan. No me gusta. Y si despotrico, despotrico con alguien consciente».
Exigente como era con su carrera musical, en el año 1975, en una
entrevista realizada en el periódico La
tarde, advertiría: “O salgo palante o lo dejo todo”. De esta manera, en el
año 1979 sacaría al mercado su segundo y último disco, El bernegal, en el que
incluiría, además de temas de su amigo Julio Fajardo, una de las canciones más
emblemáticas de su trayectoria: “Matías el
Jaranero”.
Se le oía, siempre atrás, de medianoche,
regalando en las ventanas poco a poco el corazón,
y, una aurora que no olvidará esa esquina,
fue la
muerte quien le abrió su gris balcón.
Quizás, como le sucede en la canción a Matías el Jaranero, Manuel Luis Medina el Minuto no recibió la reciprocidad del
público canario, que no supo apreciar su aporte a la cultura popular
universal.
—¿Mereció la pena? —le pregunté aquella
tarde en el Maquila.
—¿El haberme divertido?... No me jodas.
Como si empiezo ahora, con 62 años y cáncer de pulmón.
Gonzalo Hernández
(Prólogo literario de la contraportada del disco, por
Félix Román Morales).
Solo un ser de infinita sensibilidad, capaz de haber concebido su
vida como un fugaz y nocturno deambular por las calles del alma…en extraviado
andar hacia la vespertina luz anunciada por los gallos tempraneros…con
los pasos apenas detenidos para prodigarse en regalar su
generoso corazón por las ventanas… podía volver hecho canción.
Y es que hay versos que nos enseñan que una canción puede
llegar a explicar toda una vida… y hay vidas cuya lírica y plenitud siempre las
hará renacer en una canción.
Cuando, inusitadamente, cantor y canto se conjuran en dos almas
gemelas de un mismo aliento indómito y bohemio, se produce el sublime prodigio
de haber podido vivir lo cantado…y de haber cantado, lo hasta entonces, vivido.
Y es tras ese adverso entonces, cuando la vida misma logra
transmutarse en sonoro verso, para volver de la muerte arropada en un canto
desprendido en el musitar de unos labios añorantes de algún querido
amigo, como una oración invocadora y anhelante por el regreso del camarada
perdido. Porque al cantar aquellos mismos versos que el ausente cantó, revivirá
en aquel querido amigo, todo cuanto él vivió.
Canto, vida y amistad es la más bella constelación poética
que un soñador de estrellas podrá jamás contemplar. Y… Manuel Luís Medina…“El
Minuto”… acunó su vida en la dulce ensoñación de las estrellas…viviendo como
cantó.
Alcanzar esas rutilantes estrellas…es todo cuanto, en esencia,
ansía el espíritu humano que nos alienta. Alzar la mano hacia el infinito para
atrapar un puñado de aquel eterno resplandor, es un fútil y cándido gesto
latente en la memoria de nuestra niñez. Y sin embargo…hubo un niño que al alzar
su mano, siempre encontró aquel candente fulgor en la mano paternal que le
diera refugio. Porque aquella mano hospitalaria, era la sabia ejecutora
de un tropel de acordes de guitarra volando hacia la luz.
Portar orgulloso aquella vieja guitarra, siempre fue el mágico
privilegio para el hijo del cantor, y el más entrañable recuerdo que
atesorara para sí, el hijo del hombre.
Cuando el cantor ya no estuvo entre nosotros…sólo quedó el
silencio…porque en la ausencia del padre, sólo el mutismo de aquellos
acordes procuró en el hijo el mitigar de su dolor. Hasta que mucho tiempo
después…comprendió que su padre ya no volvería…que habría de ser él, quien
fuera a su encuentro, emprendiendo un vertiginoso viaje hacía aquel remoto
candor de la infancia…allá donde la luz ampara la inmortalidad de los poetas,
los cantores y algún que otro alma bendecida por la genial e ingenua locura.
Y…aprendió a vivir como cantó su padre…cantando lo que vivió el cantor.
Aprender a vivir, es complacerse en la inmensa dicha de compartir
con el amigo los anhelos y sentimientos… regalar poco a poco el
corazón...haciendo a los demás cómplices y copartícipes de las hondas
motivaciones que reclama el espíritu. Es por todo esto…y por mucho más…por lo
que el entrañable amigo Luis Medina abre nuevamente sus ventanas a la calle donde una
vez transitó aquel
inolvidable cantor que fuera su padre, para que todas las auroras inunden los
balcones…acompañando los sonoros
ecos nocturnos de una canción… y ya nunca regrese el gris de las sombras…porque
al fin se habrá cumplido el
mágico momento…de tan sólo un preciso instante…donde habremos de sentirnos en
la feliz estadía que conlleva el pasar, verdaderamente, un minuto entre amigos.
FÉLIX ROMÁN MORALES