Hoy quiero recordar a un vecino de Guía, carpintero de profesión, que tenía su taller en la parte baja de la calle Médico Estévez. Era persona iracunda y muy amiga de que las cosas -al menos en su taller se hicieran bien- y, a fe mía, que siempre lo consiguió. Me refiero a maestro Agustín Alemán Álamo, un profesional como la copa de un pino y hecho de una pasta muy especial.
Carpintería de Maestro Agustín Alemán (Dibujo realizado por Maruca Marrero)
Archivo particular de Alejandro C. Moreno y Marrero
En su taller tenía -en un sus buenos tiempos- a siete u ocho trabajadores, dándose la circunstancia que entre ellos habían muchos familiares suyos (sobrinos y primos). Su taller era un dechado de pulcritud, pudiéndose observar como todas las herramientas estaban perfectamente ordenadas y las máquinas siempre limpias y relucientes. Pero era un ser muy temperamental y siempre le gustaba llamar las cosas por su nombre; pues jamás se escondía cuando por alguna circunstancia tenía que reprender o corregir algo que desde su punto de vista no estuviera bien hecho. Le gustaba echarse al coleto sus buenos piscos de ron y cuando esto sucedía, de todos era conocido porque se situaba el cachorro en la nuca y no como siempre solía llevarlo, semienterrado sobre la frente.
Cuando por alguna circunstancia se alteraba, solía emplear con relativa frecuencia palabras cuyo contexto no tenían la conformación de mal sonantes pero si ostentaban alegatos que mortificaban a sus empleados, ya que las decía con un gran desden y elevado tono de sonoridad, tales como: “no sirven para nada”, “son unos carpinteros de pacotillas”, “no saben diferenciar entre una garlopa y un serrucho”, “son todos unos incompetentes”. Eso si, tenía la deferencia de no llamarles la atención habiendo clientes en el taller.
Recuerdo que cuando yo pasaba por delante de la carpintería, me decía: "Juanillo, hazme un mandado". Se trataba de que fuera a cualquier bar de “El Siete” a comprarle un cuartillo de ron, pues siempre le gustaba tener la provisión correspondiente para echarse un traguito de vez en cuando.
Maestro Agustín era un hombre simpático y le gustaba hacer perrerías a los aprendices que arribaban a su taller, a los que decía: “Para llegar a ser un buen carpintero hay que probar el engrudo”. Y fueron muchos los que estando en esta situación tuvieron que pasar por el aro. Era una forma sana de tomarles el pelo. Los veteranos del lugar se partían de risa de manera solapada pensando que ellos también habían pasado por tal situación. Ya mayor se quedo sólo en el taller y hacía trabajos de poca monta, pero lo que más echaba de menos era la falta de trabajadores a los que llamarles la atención y hacerles perrerías de esta naturaleza.
Maestro Agustín Alemán fue un hombre de su pueblo, por el cual sintió un gran cariño, incluso formó parte en alguna directiva de las primeras sociedades de recreo que existieron en Guía a finales del siglo XIX y principios del XX. Siempre vivió en la calle que hoy lleva el nombre de José Samsó Henríquez, ya que tenía una bonita casa con un trozo de plataneras en la parte trasera que él mismo cultivaba.
JUAN DÁVILA GARCÍA
Conocí a maestro Agustín, era todo un personaje, su carpintería junto a la de su primo Benito Álamo, eran las más emblematicas de Guía, en la misma recuerdo ver trabajando a los hermanos Arencibias sus sobrinos, y a otros parientes como era Perico Alonso, sus trabajos eran reconocidos en toda la isla dada la categoria y la clase de los muebles que hacía, ya mayor se fue a vivir a Barrial pero siempre que podía se le veia por Guía. Excelente trabajo el del amigo Dávila, gracias por recordarnos aquellos tiempos inolvidables.
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