Ha cambiado el tiempillo y el fresquito, qué quieren que les diga, me acobarda… Afortunadamente, todo o casi todo, tiene remedio. Así que como disfruto alongándome al barranco y enseñorearme con el paisaje y verlo correr de banda a banda, preparé mi cafetera de calcetín, me equipé hasta los ojos, me jinqué mi cachorro, me emburujé en una gruesa manta y me acomodé en mi mecedora… Balanceándome, acurrucaíto, debí quedarme traspuesto y entre sueños y nostalgias de un ayer cercano dio marcha atrás mi tino, desempolvando el recuerdo dormido de aquellos primeros tiempos de infancia…
Viví algunos años en la calle Ángel Guimerá, en Las Palmas de Gran Canaria. Concretamente, en lo alto de la actual panadería del Pino, frente por frente a donde se “hacía”, el Carnet de Identidad. Estaba rodeado de modestas finquitas de alfalfa, millo, plataneras… En ese tiempo viví, aquella terrible plaga del cigarrón berberisco en esa zona… Recuerdo que mis tíos, desde Venezuela, me habían enviado un lujoso cinturón que me vino de perlas, para darles cintazos en mi particular guerrilla contra esa plaga. Con él hacía hondas en el aire y las langostas caían una tras otra por el tragaluz de la casa, donde se iban amontonando. Bruno, el panadero, me daba un saco de harina y allí las metía y le pegaba fuego en un solar próximo…
Cerquita de casa estaban los cines Carvajal y Colón, hoy engullidos por el progreso y la falta de clientela. Recuerdo que antes de asistir a ver una de las películas toleradas para menores, comprábamos un papelón de chochos, chuflas o un pirulí de estirar, alquilábamos alguno de los TBO que se exponía en la acera, sobre las baldosas… Salpicados, algunos bares, la heladora de Carmelo y varias casas de tapadillo donde de puertas adentro, las mujeres “de mala nota” que practicaban esta vieja profesión, solían estar atendidas en sus servicios y otros menesteres por algún afeminado.
Un poco más abajo, en pleno centro de la calle del Molino de Viento, vivía mi tía Lola. Ella, con sus hijas Juana María, Lolina y Teresita, tenía, en el zaguán de su casa, un punto de venta de boletos de apuestas de carrera de galgos. A un lado y otro de la calle dos cabarets y distintos bares de copas, cafetines y salas de alterne. Haciendo semiesquina con la calle de Pamochamoso, la fábrica de tabacos “La Favorita”, de Eufemiano Fuentes, donde trabajaron algunas mujeres de la familia. Pegadita a esta fábrica tabacalera, la barbería del “Guirre”, un barbero de los de antes, de los que ya no se estilan… Un poco más abajo, frente mismo a la tienda de Juan Ramos, una venta de carbón a granel, donde mi abuelo, Juan Rafael Ojeda, de Gáldar él, tocado con su cachorro, perfectamente trajeado se sentaba en una vieja silla. Él, de carácter agrio solía, a cuantos lo saludaba, soltarles el latiguillo: “Aquí estoy, viendo pasar la vida”… Una vez tras otra, en ejercicio de ostentación, sacaba su reloj de bolsillo “Roskopf Patent“, que tenía sujeto por una brillante leontina de plata....
Se estilaba, nada más salir a la calle, saludar al abuelo y pedirle “la bendición”… “Me da la bendición, Abuelo” y él con un suave toque en la mejilla, respondía: “Dios te haga bueno” y como uno era “ruinito” pensaba pa´mis adentros: “trabajito tiene”.
También era frecuente por esa época tropezarte con los parranderos que recorrían la calle del Molino de Viento interpretando animadas canciones de la época… Tocando, cantando, caminaban en su ruta itinerante, en abanico, por el centro de la calle… Solía ser frecuente que, a requerimiento de alguna prostituta, fuesen invitados al interior de la casa de citas o bares de alterne, donde lo esperaba algún cliente rumboso para que le animaran la fiesta… También, contoneándose, cruzaban la calle algunos personajes de “la cáscara amarga”, a los que se crucificaban con una rociada de calificativos “vaciola”, “afeminado”, “pervertido”, “desviado”, “sarasa”, “maricón”, “mariquita…”
Ser de “la acera de enfrente”, era grave delito que se castigaba severamente no solo con escarnio público. También, con todo el peso de la ley (escándalo público 1.954) y, posteriormente, con la modificación de dos artículos de la Ley de Vagos y Maleantes en la que se incluyen a los homosexuales que, en muchos casos, llevaba aparejado el destierro a Tefía, en Fuerteventura, donde se les castigaba con dureza. Bastaba, para enviarlo a Tefía, en esos tiempos de “ordeno y mando” el dedo acusador, el chivatazo, el simple comentario o el rumor para llevarlos al cuartelillo, pegarles una buena entrada de “galletas”, una rociada de insultos y vejaciones y embarcarlos rumbo al Centro Agrícola de Tefía… Era una época en que se entendía que “prohibir era gobernar”… Era una triste época en que se aplicaba el cachetón y tentetieso…
Recordaba aquella ocasión en que rumbo a Suecia me detuve en las Ramblas catalanas. Saboreaba un bocata de jamón y ojeaba el periódico. Una manifestación (1.976), se anunciaba. Era la primera convocatoria homosexual de la que tenía conocimiento. Me sumé al barullo de gente. No terminó bien. Las patas me llegaron al culo cuando la policía arremetió con dureza contra los manifestantes. Afortunadamente, en una de las numerosas ventitas que flanquean las ramblas, encontré refugio invitado por el ventero que me acomodó en una sillita rodeado de aves domésticas y exóticas, conejos y tortugas hasta que amainó el temporal…
Hoy, conservo estrecha amistad con distintos homosexuales… Algunos, fueron auténticos reyes de la noche madrileña como es el caso de Félix de Granada o Paco España a los que la dictadura les arruinó la juventud y arrebató la libertad. Cantantes, intérpretes, transformistas, fugaces estrellas que sufrieron los rigores del régimen… También otros muchos como Pedro Daktari, Xayo, o el ya desaparecido “Juanito el Pionero” a los que invité a distintos programas televisivos… El tiempo, la cordura, va poniendo las cosas en su justo sitio, aunque a veces, algún relumbrón añore los viejos tiempos…
Muchas veces, hablé con Juanito “el Pionero”. Las conversaciones las mantuve en vísperas de carnavales, en el plató de TVEC… Otras, abriendo el carnaval por las calles de la capital. Quizás la más larga la sostuve en su casa, al tiempo que me mostraba la colección de sus trajes guardados celosamente… Juanito, vivía para el carnaval… En cierta ocasión, su oxidada voz, se quebró cuando le pregunté por Tefía… ¡Ay, Ayala! ¡Aquello era inhumano! Me aplicaron la ley de vagos y maleantes… Recluidos, casi no nos daban tiempo para bañarnos… Teníamos que sacar el agua de un pozo… Malcomidos, mal dormidos, maltratados…trabajar sin descanso soportando vejaciones y malos tratos y mataperrerías de los guardias… El tiempo que estuve allí no se lo deseo ni a mi peor enemigo…
Quedó interrumpido mi sueño. Un zarpazo de agua, invitaba a recogerme y recuperar mi rutina… Y dicho y hecho: empecé a plasmar mi memoria sobre papel...
ALFREDO AYALA OJEDA
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