Durante mi larga estancia en medios de comunicación, prensa, radio y televisión, me he sentido atraído por los animales. Quizás todo comenzó allá en África, donde intimé, en mis repetidas recaladas, con Mohamed, un saharaui que tenía verdadera pasión por los animales y, en especial, por la cetrería. Una pareja de halcones, de indudable belleza, seguía con precisión matemática sus indicaciones. Me gustaba el mimo con el que trataba a las aves y el ceremonial que presidía cada instante… Por las tardes, cuando el sol era más tibio, en la arena, con los dedos, dibujaba, para enseñarme, las huellas de distintos animales: gacelas, perros, cabras… A mí, me encantaba su sabiduría sobre el medio en que se movía.
Poco a poco, fui conociendo en otras latitudes a distintas especies… Tal es el caso de “Barrabás”, un magnífico ejemplar de perro de presa, educado para pelear. La mirada de fuego y la firmeza al andar, me aterrorizó. Estaba ante un auténtico gladiador. Su abardinada piel tenía las huellas de viejos y sangrientos combates celebrados en apartados rincones de la Canaria profunda…
Afortunadamente, cuando lo conocí, las peleas de perros estaban severamente prohibidas y perseguidas. Sin embargo, el carácter, su bravura, aconsejaban, -según me contó su propietario en el barrio capitalino de San José- dedicarlo como semental para asegurar y conservar su temperamento…
También, en la puerta aérea de la isla de La Palma, en el municipio de Mazo, conocí a un “loro” de color ceniza que sus dueños, alemanes y cantantes de ópera, habían fallecido. El loro, era un alumno aventajado que memorizaba los ensayos matutinos de los divos y hacía toda la escala musical, con cierta melodía. Sus cortos diálogos, como el de sus antiguos propietarios, los hacía en alemán. Varias fueron mis visitas, para interesarme por tan bello ejemplar.
El la isla de El Hierro, en el municipio de La Frontera, conocí a un cuervo parlanchín, de nombre “Azabache”. El nombre respondía al color de su vistoso plumaje. Su historia, desde que lo presentamos al gran público en un programa titulado “Canarias Viva”, de Televisión Española en Canarias, su imagen, recorrió todos los rincones de nuestro pequeño universo y tal fue su fama que se terminó haciendo un documental protagonizado por tan singular pajarraco. “Azabache”, decía muchas palabras sueltas, que le salían desde el fondo de su alma: “pobrecito”, “no me piques”, “Azabache” y el nombre de su dueña “Maruca”. Fue un verdadero atractivo en la isla y su fama contribuyó ampliamente al tránsito de numerosos visitantes que, atraídos por el “pajarraco”, desfilaban por el bar, engordaban la caja y permitían el desahogo económico de la familia. Su historia atraía a todos cuantos visitaban El Hierro. El bar de Maruca era visita obligada, lo que permitía hacer una generosa caja, día tras día…
También, en lugar muy cercano, en la zona de Tigaday, en El Hierro, conocí a “Piloto”, un gavioto que el amigo Benito Padrón cuidó y mimó, hasta recuperarlo de una lesión en su ala. El gavioto, alimentado y restablecido, caminaba al pie de Benito Padrón igualito que un perrito faldero. Benito, día tras día, le preparaba unas sabrosas tortillas que piloto devoraba con ansiedad.
Una mañana, el gavioto, revoloteó repetidamente, sobre la casa de Benito y partió con rumbo desconocido. Benito, cada día oteaba el horizonte. Miraba al cielo esperando ver a Piloto… Así, transcurrió mucho tiempo… Pero un día, casi rompiendo el alba, en el quitamiedo de la casa de Benito, la figura de “Piloto”, se pavoneaba en el petril de la casa. Benito, estaba emocionado y corrió a saludarlo. Piloto bajó de sus alturas y restregaba su cabeza por la bocapierna de Benito. ¡Por fín! Pero Piloto, no venía solo. Estaba acompañado. Llegó acompañado de su familia… “es la familia de Piloto que las trajo para que los conociera”
Cada año, el encuentro se repite. Piloto, después de largas ausencias, regresaba al hogar de Benito. Hoy, no sé que habrá sucedido con “piloto”, porque Benito, hace algunos años nos dejó para siempre…
Los recuerdos con los animales, parecía perseguirme.
En el barrio de Arenales, en Las Palmas de Gran Canaria, viví durante algún tiempo. Estudiaba en la Academia Arcapadilla donde conocí a Carmelo Medina, palomero de gusto. Él, no viajaba las palomas, pero tenía un bando apañadito que, desde la azotea, pasábamos horas viéndolo volar. Recuerdo, porque la viví, la historia de un palomo bayo que tenía en su palomar. Era el mimo del bando… Dócil, manso como un cordero, no extrañaba a nadie… Mucho menos a Carmelo que lo buscaba, como una fiel enamorada… Una de las tantas cosas que hacía al romper el día era entrar en su habitación, arrullarle y a veces hasta le picoteaba la oreja para despertarlo. Esa estampa no lo vi nunca, pero sí, otras cosas: lo llamaba y le venía a la mano, se lo colocaba en el hombro y se ponía un grano de millo en sus labios que, el palomo, gustoso, le arrebataba con su pico…
Recordaba mi infancia. Éramos muchos hermanos y todos adorábamos a los animales que teníamos… La azotea de mi casa, teníamos algunas gallinas ponedoras. Una de ellas, javá, (se dice a así a la gallina que tiene el cuerpo “chispiado” de pequeñas plumas blancas y negras, se adueñó de la casa. Se pavoneaba por todos los rincones. Era una gallina dispuesta y atrevida. Su arrogancia la llevó incluso a poner un huevo en mi cama. Mi padre, trincó tal calentura, que la gallina perdió el usufructo del que disponía y terminó en la azotea, junto a las demás. Pero la estrella de la casa era “Lola”, una cabra mansa, casi boba, que era la encargada de suministrar la leche para la familia. Cada vez que nosotros terminábamos de almorzar, las sobras iban a parar a su cacharro que ella, alocada y poseída de cierta altivez, devoraba. Después la ración de millo y tierna alfalfa… Daba una leche de bendición y a cambio nosotros la tratábamos como un miembro más de la familia…
Todo este relato de mi vínculo con los animales, viene cómo introducción porque ahora estoy a la espera un encuentro con otros amigos: una pareja, como se conocen por aquí, de alpispas. El nombre científico de estos pajarillos es “Motacilla Cinerea Canariensis”, aunque otras zonas se conozcan como tamaimo y en las islas de La Gomera y del Hierro con el nombre de Tamasma. Por su eléctrico andar, cuando aparece alguien inquieto se le suele decir: “pareces una tamasma, nunca estas quieto”.
Pero estas alpispas a las que me refiero, no son dos alpispas cualquiera… Son las alpispas de mi compañera Lydia Díaz… Las llamo así porque ella fue la que me comentó la historia…
Desde entonces, las espero impaciente, mas bien diría que con el corazón encogido…
Esta pareja de alpispas, desde que se avecina enero, casi como regalo de Reyes Magos, aparecen por estas tierras de medianías de Ingenio Blanco, un pago de Santa María de Guía, Gran Canaria…
Hasta no hace mucho las alpispas frecuentaban acequías, estanques. Era normal verlas alegrando el campo con su andar saltarín, salpicona y bonita como dice la canción de Néstor Álamo.
Desconfiadas, visitan frecuentemente, un estanque de la zona para buscar el sustento. Sus repetidas idas y venidas le sirven para otear el terreno y saber el hábitat en que se van a mover en las próximas semanas… Su objetivo es buscar lugar seguro para anidar…
Una pareja de cernícalos, desde las primeras luces del día, buscan el sustento. Los cernícalos, depredadores naturales, en la misma zona, han anidado… Cada mañana, desde que clarea el día, “suspendidos” en el aire, casi inmóviles, fijan una y otra vez la vista para asegurar su presa. Es el eterno drama por la supervivencia, y temo por las alpispas.
Decía, que estas alpispas, son diferentes. El pasado año, mientras la hembra empollaba a sus hijos y el macho buscaba alimento para sus hijos, distraía un tiempito para posarse en el retrovisor del coche de Lydia. Allí, una y otra vez se miraba al espejo… se acicalaba antes de llevar la comida a sus hijos… Era la alpispa narcisista y se me antojaba, presumido coqueto… en otras ocasiones pensaba que quería estar guapo en cada encuentro con su pareja…
Monté para la ocasión, para grabar la instantánea, mi operativo. Agazapado, me pasé muchísimas horas esperando el momento pero una y otra vez fracasé en mis intentos.
De todas formas me ha quedado el recuerdo de una historia, una más que comparto con mi compañera Lydia Díaz.
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