Amanece en Las Canteras…
Amanece en la antigua Bahía del Arrecife… Amanece, como suave pleamar que crece
imperceptible, elevando su tono del
susurro al vozarrón… Lentamente, el mar se va animando y la vida en Las
Canteras se entreabre con delicadeza al rítmico compás del oleaje… Un incesante
trajín de olas que traen y llevan recuerdos… Cada día que paseo por Las
Canteras, da la impresión que todo es igual y distinto a la vez…
Porque Las Canteras, tiene sus
habituales. Sus devotos de toda la vida… También, tiene sus horas, sus momentos fijos… Es, como un
gigantesco reloj sentimental… Las Canteras, de una manera o de otra podría
decirse que está tatuada para siempre en el perfil, en la biografía de cuantos
llegan a conocerla… Y es que Las Canteras a lo largo de sus varios kilómetros y
de sus muchos años de historia, es un mundo, un universo particular donde, a
cada instante suceden cosas especiales que me atrapan…
De punta a punta, conozco esta
privilegiada zona… No puedo negar que conociéndola aprendí a quererla… La caminé de pequeño, cuando al soco del
incipiente turismo repartía los periódicos “The Daily y Sunday Telegraph”,
“News the World”… Un día sí y otro también, llevaba la prensa inglesa, al desaparecido
Hotel Gran Canaria, situado a orillas de la coqueta “Playa Chica”… Hacía una
breve parada en el Muro de Marrero y dirigía mis pasos al otro extremo, a “La
Puntilla”, al kiosco Bruno, instalado frente al desparecido Teatro Hermanos
Millares. En las escalinatas era frecuente encontrarte con veteranos y afamados
jugadores, gente del boxeo, cambulloneros, pescadores y amantes de la vela
latina… Con la fresquita, en el reparto de periódicos ingleses, invertía mi
tiempo y me enriquecía observando el trajín de los barquillos...
A mitad del paseo, recuerdo
pararme a contemplar a uno de los tantos habituales de la zona, de cuyo
personaje no recuerdo su nombre, que al pie, como si de un perrillo faldero se
tratara, paseaba y exhibía dos grajas que, con unos granos entre los labios,
las llamaba invitándolas a levantar el vuelo para comer las semillas que les
ofrecía… Los turistas, curiosos y la chiquillería, seguían sin perder detalle,
las idas y venidas de las grajas. Eran tiempos, en que no todos teníamos una
cámara fotográfica dispuesta para eternizar tan tiernas estampas… Él, de oronda
figura, tocado con un gorro de plato, andaba por los alrededores de la
Casa-Asilo de San José, emblemática fábrica que goza del cariño y el respeto de
todos los isleños, fundada por el insigne doctor Bartolomé Apolinario, con la
única condición de acoger al que sufre, sin más requisito que traspasar las
puertas de las instalaciones…
Era normal en el paseo, aquí y
allá, encontrar al madrugador, el deportista, o el trasnochador habitual que se
le juntan las noches y los días o la parejita que ni mira, ni ve, ni falta que
les hace… El solitario que busca espejo en el horizonte donde poder
reconocerse…
De esa manera, van latiendo
los primeros compases de una música lenta que en pocas horas quiebra la calma,
dándole vida a paseo y playa…
Hoy, se me mezclan recuerdos
del ayer y el hoy que les cuento sin orden ni concierto… Encuentros afortunados
con personajes populares… Memorizo aquel yerbero Enriquito Cáceres que, con su
saco sobre el hombro, era esperado por vecinos de Las Canteras para comprarle
sus yerbas o pedirle consejos sobre las propiedades de alguna hierba para sus
dolencias y quebrantos. Enriquito, ateado, de verbo fácil, suministraba,
también, a distintas tienditas de La Isleta. Así lo hizo durante años y así
continuó…
Enriquito, el amigo Enriquito
con el que compartí caminatas por barrancos y montañas, en busca de la yerba
sanadora, era como una empresa completa…
En otra ocasión, grabé para
Televisión Canaria, cerquita del Muro de Marrero, un peculiar grupo de amigos
que, ajenos al calor y al frío acudían puntualmente para alimentar a los peces
con el pan duro sobrante… Salemas y lebranchos, sargos y roncadores, panchonas
y bogas, todos sin exclusión asisten a la tentadora cita con el desayuno… El
cotidiano espectáculo es contemplado con ternura y asombro por los curiosos que
se arremolinan para no perder detalle…
El generoso y simpático grupo:
Magdalena, Paco, Luisa, Carmen, Concepción, Eli, Juanito y Ana, por su gesto,
creo que merecen un sincero agradecimiento por el cuidado de los peces… Un
hecho que, por desgracia, es poco frecuente en ese mundo no respetuoso con la
naturaleza…
Cosas así suceden en Las
Canteras donde su grandiosidad y belleza despiertan la sensibilidad y el empeño
por cuidarla y conservar su entorno…
ALFREDO AYALA OJEDA
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