Cada vez que recalaba por el municipio de la Oliva, en Fuerteventura, visitaba a la familia Ramírez de León. Disfrutaba de las conversaciones con el folclorista, pastor, medianero, camellero y hombre de mil oficios. El viejo Esteban Ramírez, era como una enciclopedia del saber popular. Cada visita, una historia; cada encuentro, una conversación que guardaba celosamente en mi interior… “tragedia la del pastor; por la mañana el sereno y a mediodía el calor”, solía decirme cuando caminábamos con su puño de cabras por los alrededores de su modesta vivienda y el intenso solajero majorero invitaba a buscar fresca sombra…
Un día, Esteban, me llevó acompañado de su “lata” de pastoreo, a una extensa llanura de La Oliva. Caminamos, serpenteantes, por el medio de una olvidada plantación de “henequén”. En esta floreciente industria, trabajaron durante muchos años, hombres de la zona, entre ellos, Pepe González, el estelero ciego de la Oliva… Y enhebró a contarme su historia…
…“Pepillo” González, cuando pequeño sufrió un accidente a consecuencia de una medicina. Tenía un ojito malo. Le pusieron unas gotitas que no tuvo el efecto deseado y el pobre niño, quedó tuertito de un ojo.
Pasando el tiempo, recién terminada la guerra para paliar las de la isla, llegó un nuevo cultivo: el henequén, una especie de pita que tenía muchísimas propiedades. Entre ellas, se obtenía una fibra vegetal que se empleó para hacer sogas y otros útiles. Muchos mejoreros trabajaron en el cultivo y en la elaboración. Entre ellos, el protagonista de esta historia, Pepe González. Pepe, esperanzado, trabajó con ahínco. En esa época, ni existía el plástico, ni se conocía ni tampoco se esperaba y el henequén fue un auténtico boom. Pero quiso el destino que Pepe González, en la trituradora, sufriera un accidente y a consecuencia de ello perdió los dedos de la mano y quedó inútil para continuar activo…
Pepe, con fe inquebrantable, no quiso rendirse. Para salir adelante puso un “puñito” de cabritas… Preparó la trasera de su casa para acomodar el ganado y todo, parecía volver a la normalidad. Sin embargo, cierto día cuando le ponía la ración a sus cabritas una de ellas, de afilados cuernos, se encabritó y fue tanta la desgracia que el cuerno se clavó en su ojo sano, dejándolo ciego para siempre...
Esta historia, como otras muchas, me quedó grabada…
Un día, uno de los compañeros del equipo de TVE, “Senderos Isleños”, amaneció con eso que se llama “una cuerda encaramá”. Le dije que conocía a un estelero famoso en la isla que lo podía dejar afinadito en un abrir y cerrar de ojos. Y, como dice el refranero: “cuando el dolor aprieta, el consejo del amigo se respeta”, nos pusimos en camino hacia el domicilio de Pepe González “el estelero”.
Pepe, estaba allí. Entado una sillita, con su camisa de cuadros y tocado con un viejo y negro sombrero. Gafas oscuras y su muñón estaba cubierto con un blanco guante… Tras el saludo, cedió el sitio al lesionado y sacó del bolsillo de su camisa un cuidadoso trapito que envolvía cebo de joroba de camello. Le pregunté y me respondió que el cebo de camello era ideal porque al llegar los lesionados con la piel seca si le hago un esregaito, le puedo levantar la piel… “A veces, cuando escasea porque es difícil conseguirlo, uso el de carnero”.
Con delicadeza, llevó la cuerda a su sitio y le dijo que hiciera todos los movimientos que quisiera, que ya estaba todo en orden.
¿Cuánto le debo…?
¡Deme algo voluntarioso para comprar cebo y poder seguir atendiendo a la gente!
Quedé, en soledad, hablando con él y combiné con Juan Martínez, codirector de la serie televisiva, hacer una grabación a la que él se ofreció como lesionado para que le pusiera en orden una vieja lesión que tenía en la planta del pie con resultado feliz.
Lejos de cámaras y grabaciones siempre suelo matizar mis entrevistas con personajes y situaciones. Buscar ese lado que queda oculto o trasmano que no captan las cámaras ni suele llegar al espectador.
Y es que los caminos para llegar a prestar un servicio a la sociedad, son muy variados. O si no que se lo pregunten a Pepe González “el estelero” de la Oliva que cimentó en sus repetidos accidentes el camino para prestar un servicio a los demás en una isla, que por aquél entonces, ver la luz del día, era un pequeño milagro.
¡Que Dios lo tenga en La Gloria!
Esta muy bien el blog, no lo conocía hasta ahora, me pasaré más a menudo a leerlo. Aprovecho para felicitarte el 2012, un saludo!!
ResponderEliminarAhora, en preparación, tengo el tema que recogí en el mismo municipio majorero: La Oliva. Aquí trataré sobre "el sol en la cabeza". Un saludo.
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