Hace algunos años, cuando uno tenía fuerzas y ganas, me dio por correr. Solitario, quizás con más voluntad que acierto, sin asesoramiento, empecé poco a poco a trotar. Mi primera pechada me llevó desde las Alcaravaneras hasta el mercado del Puerto… Solo hice este recorrido, porque al pasar por la churrería del puerto me pedí mi ración de churros, mi "cafeyleche", trinqué la guagua y al poco, estaba de vuelta en casa: “¡más limpiaito cuerpo!, me dijo, doña Solita, mi madre, cuando llegué… y siguió rezongando a la vez que me miraba de arriba abajo, como queriéndome tomar la medida… ¡¡Y mañana, claro, más de lo mismo!!!
¡Coño!, aquello me dolió. A la mañana siguiente, antes que despuntara el día, casi a tientas, me empaqueté mi atuendo deportivo y salí calle abajo dispuesto a todo. Hice un largo recorrido hasta la Puntilla y resistí la tentación de los churros… Poco a poco, me fui trazando metas. Hoy hasta la factoría de Lloret y Linares; mañana hasta el Cementerio de Vegueta; al día siguiente hasta el Túnel de la Laja…
Un día, no me levanté temprano. Me quedé en la cama. Mi madre, preocupada me dijo: “¡ya te apuntaste a rico!... No, es que correr sólo es aburrido… Pues ayer en casa de Conchita, la tiendita de aceite y vinagre, me dijeron que Sindo, un vecino de más o menos mi edad, también salía a correr. Habla con él y juntos se aburrirán menos. Y eso hice… Nuestras diarias carreras eran cada vez más largas… ¡¡Coño!! Un día nos salimos de la isla…
Pero todo quedó ahí. Poco a poco, el trabajo, los estudios, la necesidad de arrimar el hombro para sacar la amplia familia pa´lante, invitaba a poner fin a mi atlética actividad…
Sindo, sin embargo, seguía apuntado a bruto y no estaba dispuesto a dejar de lado lo que consideraba apasionante actividad deportiva… Poco a poco fue adecuando su calzado, aumentando su resistencia y fortaleciendo los músculos… Un día me tocó en la puerta: “Voy a participar en un maratón”. Me lo dijo con mezcla de ilusión y nerviosismo… Me añadió: es en Madrid y necesito algo de dinero… Y como los pobres del agua hacen caldo, le tendí la mano con lo que buenamente pude… A su regreso me contaba Villas y Castillos que yo escuchaba con devoción… Sus maratones, en distintos puntos de la península se sucedieron…
Un día, estando yo en la playa de Las Alcaravaneras recaló por mis alrededores… Lo encontré más grueso y aquella antigua figura de pejín distaba mucho de la actual… ¿Qué te pasa…? ¿Estás enfermo…? ¿Has dejado el deporte…?
Ya no corro más… Hace un tiempito, me preparaba para ir a Barcelona… Me estaba entrenando como nunca… Me tracé un recorrido duro… Salía de Las Alcaravaneras, subía la cuesta de Escaleritas, enfocaba por Costa Ayala, El Puertillo, me metía por Montaña Cardones… Aquí surgió lo imprevisto… Vino un señor, con atuendo deportivo, se puso a correr a mi lado y cuando atravesamos un lugar oscuro, me sacó una navaja y me desplumó: se llevó mi mariconera, me quitó el calzado deportivo y a duras penas, descalzo, ensangrentado, llegué a mi casa…
Desde entonces, para este aspirante se acabó mi etapa deportiva…
Ya pueden ustedes imaginar mi carcajada…
ALFREDO AYALA OJEDA
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