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martes, 30 de marzo de 2010

* ¡¡ VAMOS A VER LA PRESA DEL CAIDERO DE LA NIÑA !!

Estas eran las palabras mágicas que barruntaban que algo grande iba a suceder, allá por los principios del sesenta. El dar noticias sobre los metros que había subido, las azadas que entraban, la pena por las aguas que procedentes de Tiffaracás y Pino Gordo, se iban al mar, eran el "parte" verbal que con una curiosidad especial atendían aquellos que no se atrevían a subir, San Clemente arriba, hacia el Caidero de La Niña.

Sólo se remontaba hacia la gran obra de ingeniería de los cincuenta, en jeep o en camión. Las dificultades por la estrechez y los estragos de la lluvia no eran problema para aquellos que como mi padre, Francisco Ramírez, y mi cuñado, Pepe del Pino, con su tomavistas, utilizando en viejo Austin G.C. 10.112, verde, de chasis corto, no dejaban de ver, grabar y sobre todo, contar a la vuelta, sus cálculos que nadie se atrevía a refutar.

Para mis seis años, era una gran aventura, han quedado en mi memoria sensorial las historias que me comentaba mi padre sobre el nombre del embalse. Me contaba, que le narraba su abuelo Tomás, que una pastorcilla que cuidaba del ganado, cayó en uno de los caideros que actualmente está dentro del vaso de la presa. La historia de una extraña planta que a lo largo de la carretera llamaba mi atención y que se resumía en un son algodones que fulanito plantó hace muchos años, o la sensación de ver las pequeñas hierbas blancas que, al desplazar una vieja botella o una abandonada lata de sardinas, crecía debajo de ellas sin su necesaria función clorofílica. Lo que no cambiaba nunca eran las imágenes de Pepe del Pino, el probar el agua en un manantial colindante con la carretera, la descripción del reboso comparándolo con un encaje o con una cortina y de las naranjas que, sin olvidarse, siempre recogía en la finca de El Puente y colocaba en la caja delantera del camión. Eso, si no les daba a los dos por ir a "firmar unas letras" en algún bar de Acusa o de Artenara, ya que Ramírez tenía siempre en su boca: “Vale más un gusto que cien pesos”.

¡Cuánto ha cambiado la imagen! Pero, qué agradable es recordar los buenos momentos y las aventuras infantiles, cargadas de inocencia, sueños e ilusiones.

EZEQUIEL RAMÍREZ

1 comentario:

  1. Amigo Ezequiel, hermoso relato de un tiempo que no tiene marcha atrás, desgraciadamente... Yo recuerdo también de mi infancia, cuando ayudaba a mi padre en la Imprenta San Justo, cerquita del barranco Guiniguada, cuando aquellas lluvias caían en las zonas altas de la isla, y que los barrancos desembocaban en el Guiniguada... Venia el barranco "de banda a banda", como se decia y hasta en ocasiones venia con árboles, palmeras o algún animal que no tuvo fortuna en su lucha con las embarvecidas aguas que venían en alocada carrera buscando el mar... El comentario entre los empleados de la imprenta era: " el barranco está corriendo" y mi padre, en tono coñón decia: ¿por dónde? ¡¡¡eso si que no me lo pierdo!!!.
    Un saludo, amigo y no pierda las mañas de enviarnos cuantos relatos tenga dándole vueltas por el tino...

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