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lunes, 6 de febrero de 2012

* MI PRIMER CONTACTO CON LAS PALOMAS MENSAJERAS

En tiempos infantiles, un amigo de casa, José Mendoza, llegó a mi domicilio en el barrio de Las Alcaravaneras. Venía, con una cestita de transporte que en su interior tenía un casar de palomas… A mí, mientras él conversaba con mi padre, se me salían los ojos del casco por la belleza de aquellos dos ejemplares… Terminada la charla, José Mendoza me dijo: “Son unas palomas de correo. En mi palomar, están los padres que están viajados de Tan-tan y de Cabo Juby. Tu padre me dijo que te gustaban las palomas y yo quiero hacerte ese valioso regalo. Con el dedo índice a modo de advertencia me dijo: ¡cuídalas!. ¡Son dos atletas!”

Ni que decir tiene que mi padre se aflojó el bolsillo, me dio un billete y salí, como alma que lleva el diablo, “disparao” a comprar un fleje de tirillas, unos listones y un “puñao” de tachas… El techo, según mi padre, se podía hacer con las maderas ateadas de una vieja cama vencida por el tiempo y el uso.…

Por la tardecita, el modestísimo palomar estaba en condiciones para albergar a tan bellos ejemplares. Un puño de archita, un bebedero de barro y un par de burras para descanso de los animales dejaban todo listo para soltar a mis palomas mensajeras… Tenía el corazón dando más brincos que un “saltaperico” y me sentía inmensamente feliz… Cuando mi padre las soltó dentro de palomar, me dejó solo en la azotea y recuerdo que pasé horas contemplándolas: no había visto nada tan bello… ¡¡¡y eran mías!!!

Cenando, mi padre me dijo que eran de una línea de trabajo de José Mendoza, que se llamaba “Alis Blanca”… Las palomas eran de color rodado y terminaban sus guías en un inmaculado blanco… Su nariz, como una rosca y sus ojos rodeados de un rojo grisáceo…

A los pocos días, el amigo Mendoza llegó a casa con un jaulón de orientación. Me dijo que las pusiera allí para que las palomas se fueran orientando y familiarizándose con el lugar… Mis amigos de infancia, quitaban el gancho de la puerta de la calle y subían a mi azotea a contemplarlas…

Pasado un tiempo, mi parejita, siguiendo el consejo del amigo Mendoza, las solté. Tenía el corazón en vilo y me envolvía la incertidumbre…  caminaron por el techo del palomar y emprendieron el vuelo… desde la azotea, las vi volar en círculo sobre mi casa y después emprender un largo vuelo hasta perderse del alcance de la vista… pero al rato, encogían sus alas y se posaban suavemente sobre el palomar… desesperaditas, buscaron el bebedero, unas picaditas y comenzaron sus arrullos…

¡Ya están enseñadas, sentenció Mendoza… ¡están preciosas!
Hinchado de gozo, grité para mis adentros: ¡bien!

Sin embargo después de días de contemplación y de mi devoción por los magníficos ejemplares, mi padre, por motivos laborales, debió desplazarse a otra vivienda de pisos. Allí, no podíamos tener mis palomas y me costó muchísimo tener que desprenderme de ellas… Pero un pariente, establecido en San José, tenía muchísimas palomas mensajeras…  mi padre habló con él y le entregó mis palomas… cada fin de semana, con mi madre, acudía a su domicilio para estar junto a ellas… fue mi primer contacto con el apasionante mundo de la colombofilia, un deporte cargado de historia y del que en otro momento tengo en mente hablar de ellas para hacer un repaso histórico desde aquella primera paloma que se tiene noticias en el Arca de Noé hasta marzo del 2010, en que el ejército español decide suspender el sistema de palomas mensajeras ya en desuso y que prestaron su último servicio en 2006…

Las palomas, como los camellos, burros y perros, tampoco son ajenos a los cambios que impone el progreso…

ALFREDO AYALA OJEDA

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