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domingo, 19 de febrero de 2012

* DEL MILAGRO DE LA CRUZ AL INGENIO DE MI ABUELA

Mi abuelo, me decía un amigo, es de campo. Fue de esos tantísimos emigrantes isleños que hicieron una pequeña fortuna en Cuba y regresó a su isla, para invertir el dinero en una “suerte” de tierras que se extendían hasta donde la vista no alcanzaba. Hombre de campo, activo como el que más y siempre dispuesto, empezó a plantar sus papitas negras y sus enlatadas de viñas… y la fortuna, volvió a sonreírle porque su doctrina se fundamentaba en unos principios básicos: la constancia en el trabajo, el amor a la tierra y la prudencia en los gastos. Él, - decía- es el secreto para coronar el éxito.


Gustaba a mi abuelo, enseñar sus tierras, hablar con los amigos y ofrecer su vino a quien recalara por sus tierras, para conocer la opinión de la calidad de sus caldos. Mi abuelo, -me seguía contando el nieto con orgullo- era un calentón. Cuando tenía razón, no se callaba ni debajo del agua y si era menester caminaba pa´donde hiciera falta, por defender sus derechos... Respetuoso de Dios, su amor y veneración estaba “fisti-fisti” entre en la adoración por la Virgen de la Caridad del Cobre y la Candelaria… por eso, cuando se avecinaban tan señaladas fechas, se echaba la camisa por fuera y atravesaba media isla, para cumplir con su patrona. Luego, andaba por los alrededores de la polvorienta plaza, con el timple bajo el brazo, la bota de vino atravesada y tocado con su cachorro de fieltro, pa´evitar los rigores del tiempito. Así se pasaba los días uno y dos de febrero, cantando si se terciaba alguna copla de la tierra… le gustaba como el que más, los puntos cubanos y si había algún gallo que le entrara en la controversia, pues entonces, ¡¡apaga y vámonos!! Porque le amanecía y le anochecía como si el tiempo se hubiera detenido.

Cho´Cirilo, amigo de siempre, sabía lo que se le venía encima en estas fechas y él se encargaba de atender tierras, pájaros, gallinas y ganado, hasta el regreso de mi abuelo.

Mi abuela, por el contrario, tenía un agujero en la mano… al decir de los escasos vecinos, era espléndida y muuuyy generosa. Agasajaba a los amigos y nada le dolía: “es que pasan tantas necesidades”, decía…

Un día, mi abuelo se apuntó a bruto. “de aquí, de esta casa, no va a salir nada más…” y remató la frase: “el que da lo que tiene, a pedir viene”. Encochinao, del dicho paso al hecho… cerró cuevas, animales, granos y papas… y llegando más lejos en su cabreo, marcó los tarros de arroz, garbanzas, lentejas y le dijo a mi abuela. ¡¡¡Cuando quieras algo, me lo pides. Para comer nosotros, lo que quieras, para regalos ni un alfiler!!! Y como estaba más caliente que el tubo de escape de Fernando Alonso, dio el descabello: la lata del gofio la voy a dejar cerrada bajo llave y como conozco tus habilidades, le voy a poner mi palma de la mano como firma y pobre que la toques...

Mi abuela, recuerdo, estaba como alma en pena… pero era mujer habilidosa y sabedora de las debilidades de mi abuelo, dio con la solución al problema…solo faltaba tener paciencia y que se presentara la ocasión…

Un día, de Cuba, llegó una visita… corrió el vino más de la cuenta y los dos, en un catre que estaba en la bodega, se quedaron profundamente dormidos. Mi abuela, aún sabiendo que la bodega era un espacio reservado a los hombres, porque se decía que se podía virar el vino, entró despacito y le quitó la llave que celosamente guardaba… abrió la alacena donde estaba el cacharro del gofio, sacó lo que necesitaba y tras alisar la superficie trincó un crucifijo y dejó la huella de la cruz… en riguroso silencio puso la llave en su sitio y se acostó a dormir…

Clareaba el día, cuando mi abuelo y su amigo recuperaron la verticalidad… los dos se encaminaron a la cocina y prepararon un aromático café de calcetín, para recuperar algo el tino… mi abuela, en su cama, escuchaba el trasteo… mi abuelo, siempre desayunaba lo mismo una taza de leche, unas gotitas de café, un trozo de queso viejo que picaba en cuadritos y los echaba al café con leche y unas cucharadas de gofio… no había gofio en la mesa y se fue a por la lata donde lo guardaba… cuando lo abrió, se quedó sin aliento… sus ojos no daban crédito a lo que veían… levantó al amigo cubano de la mesa y le dijo: ¿qué ves, ahí? ¡¡Una cruz!! Y desde el fondo del alma, le afloró su profunda vocación religiosa: ¡¡milagro, milagro!!... El cubano, estaba sorprendido y mi abuela, ante tal esperrío, saltó de la cama y llegó a la cocina… ¿qué pasa, qué pasa?...

¡¡Mira!!, señaló la lata del gofio… mi abuela, que aunque no había estudiado artes dramáticas, era buena actriz se acercó a la lata del gofio y tras verla, se puso de rodillas… el cubano, estaba perdido…no sabía de qué iba la tremenda representación…

Mi abuela, blanca como la leche, intentaba calmarlo… te voy a preparar un poquito de sándara para que te calmes… los ánimos se fueron calmando lentamente y mi abuela le dio el descabello: este milagro quiere decir, que hay que ser mas espléndido… que a ti te ha sonreído la fortuna, mientras otros no tienen nada que llevarse a la boca… que tirar las cosas, no; pero ayudar a nuestros semejantes, compartir, es el camino para llegar al cielo…

Y desde entonces, mi abuelo, dejó las llaves sobre la mesa y mi abuela, pudo continuar su labor solidaria, ayudando a los vecinos…

Pero desgraciadamente, en esta devaluación de valores, la solidaridad, es palabra que está en desuso…

ALFREDO AYALA OJEDA

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