Pinito, mi prima, era para nosotros, como el anticipo de la
navidad. De Gáldar ella, desde que el almanaque señalaba los primeros días de diciembre,
se acicalaba, preparaba su bolsita de aseo, pijamita de franela y ropita de andar por casa,
agarraba el coche de hora y tras el tortuoso ajetreo de vueltas y más vueltas
por la Cuesta de Silva, nos esperaba en la obligada parada del Camino Nuevo,
que hoy se conoce como Bravo Murillo.
Era una época en la que no había semáforos y el tráfico, en la
confluencia Triana-Bravo Murillo, era dirigido por el guardia Gregorio que,
subido sobre un tacón y a golpe de pitidos mantenía la fluidez de la circulación
vehículos. Algunos de los chóferes, bajaban de sus coches y le ponían a sus
pies, a modo de aguinaldo, alguna botella de ron, coñac, vino, cajas de polvorones, y hasta algún tierno
baifito que con sus incesantes balidos se sumaba al espectáculo. LAS PASCUAS, ESTABAN EN PUERTA. El cartero, considerado
como un miembro más de la familia, pasaba su felicitación de las fiestas y se solía consolar con buenas propinas por
los servicios prestados…
Para la familia, la llegada de mi prima Pinito, constituía
un encuentro deseado y esperado en tan señaladas fechas… Naita más
llegar a mi casita de las Alcaravaneras, se cambiaba la ropa del camino por la
de “faena”, se lavaba las manos cuidadosamente y comenzaba el trajín… La
estrecha cocina de la antigua casa de mis padres, por esas fechas, cobraba una
actividad casi febril. Pinito, como maestra de ceremonia, disponía y nos ponía
las pilas a todos los componentes de la familia. Era Pinito, como un general.
Tenía mando en plaza y no había quien le tosiera. Pinito, sin embargo era buena
gente: cariñosa, siempre le tuvimos un gran respeto y consideración… Las latas
vacías de galletas, se acolchaban con servilletas y se les colocaba una etiqueta: Isabel,
Peregrina, Feluco, Pepita, Lola y Solita, una vecina que se ganaba la vida
cosiendo para la calle, mientras esperaba “el giro” que, puntualmente, le
enviaba, por estas fechas, su marido desde Venezuela…
La mesa de la cocina quedaba limpia, inmaculada y cada uno
participaba como buenamente podía. Ella, le daba el punto a todo… Batía las
claras con un acelerado ritmo… algo así como si tuviera un fuera borda en la muñeca…
nos gustaba ver como hacía la demostración, esperábamos todos con los ojos
abiertos de par en par que las claras estuvieran a “punto de nieve suelo”.
Llegado el momento, Pinito, en plan artista, decía: “¡ya están en su punto!”.
Acto seguido, le daba la vuelta al plato y las claras, como lapas, se mantenían
pegadas sin que una pizca cayera al suelo…
Todos aplaudíamos y ella hacía una graciosa reverencia…
Ni que decir tiene que nadie hacía unas truchas de batatas
como Pinito… y nada digamos de los bollos y suspiros… Las islas, amigos míos, para
mí se sintetizan en olores y sabores… Desgraciadamente, las truchas de Pinito,
solo viven en mis recuerdos y aunque en ocasiones las he probado en distintos
lugares, ningunas son como las de mi prima…
ALFREDO AYALA OJEDA
Entre bromas y veras la mesa de riga poco a poco escondía sus vetas debajo de la masa que Pinito, con el rodillo, extendía hasta dejarla en finísima película… terminada la operación con un vaso de boca ancha... los más pequeños íbamos haciendo círculos dibujando nuestra pequeña “geria” gastronómica… Pinito, arrancaba cada circulito de masa y le ponía, con exquisito cuidado, la mistura de ingredientes en la que destacaba el color de la batata de Lanzarote en contraste con las pasas. Por último, el tenedor lacraba la masa que guardaba celosamente el riquísimo contenido.
ResponderEliminarLa sartén, hirviendo, iba recibiendo las truchas que, una vez e su punto, se espolvoreaban con azúcar. En mi casa, que yo recuerde, siempre se hicieron fritas… Por la tardecita, la familia, acudía a casa de mi madre a llevarse sus truchitas y suspiros…