Hace algunos años, recalaba con
frecuencia por la isla de El Hierro. Muchas de mis visitas las realicé por
motivos profesionales. Otras las menos, por estrechar la mano del amigo Benito
Padrón con el que tenía un trato familiar. Nuestras larguísimas conversaciones
me sirvieron para conocer mejor El Hierro, sus costumbres, sus tradiciones,
cuentos, margareos, mudadas… Lo recuerdo, en la intimidad de su casa; cuando me
recreó la especial manera de “llamar a tango”, dando golpitos en una azada, con
una piedra viva… En el patio de su casa, lo recuerdo, avivando el fuego de su
viejo alambique para obtener “la parra”…Cada instante salía con tremenda
variedad de temas, Carneros, “ayanto”, historias de animales, de cantos de
trabajo, la virgencita de los Reyes… Ilustrativas las lecciones llenas de
sentido común, del “Sabio del Hierro” el amigo Tadeo Casañas. Instructivas, las
caminatas por San Andrés en su compañía viendo estilar al “Árbol Santo!…
Riquísimo su verbo llano,
acompañado de fácil dicción. Amplísima su cultura práctica adquirida en la
observación del medio en que vive.
Durante el tiempo que permanecí
en la isla “El Sabio del Hierro” Tadeo Casañas, estaba preocupado por la
llegada de abejas procedentes de Israel a la isla. Con el hablé de apicultura,
del aprovechamiento de las palmeras para colmenas, escobas, alimento de
animales y de los remedios para dolencias de la sanadora picada de las abejas
autóctonas… El bailarín del Hierro, Clorindo que con ochenta y tantos años,
esperaba la llegada de algún coche para echarle una pega: el corriendo, con su
tremenda zancada. Era el hombre contra la máquina… o el trato de la italiana
Noemí, siempre atenta, servicial, afectiva.
Noemí, procedía de Italia y se
afincó en la isla en tiempos en que El Hierro, estaba dejada de la mano de
Dios… Donde todo llegaba tarde y mal. Tiempos en que no había aeropuerto y el
aislamiento se vivía, día a día.
Cada visita que realicé, siempre
Noemí, en el hotel más pequeño del mundo, nos atendió como si de una madre se
tratara… Recuerdo que le decía: Noemí, hoy tengo ganas de comerme una viejita…
y Noemí a los pescadores de la zona les solicitaba mi petición y a la hora del
almuerzo, allí estaba la reina del mar: una viejita, de tamaño excelente,
musculosa hervida, humante, en su punto… Bastaba añadirle un poquito de aceite
y vinagre para dar buena cuenta de ella…
Todos estos recuerdos vienen a
cuento porque hace unos días, con mi ya inseparable diabetes, en Las Palmas de
Gran Canaria, intenté comprar una vieja. Tenía muchísimas ganas de retomar el
sabor de aquellas que amorosamente me prepara Noemí. Las observé detenidamente
en el expositor del mercado… No me gustó el color, demasiado brillante, muy
coloreadas, de gran tamaño pero de precio asequible. Quizás por ello, no me
decidí a adquirirla… Hablando con amigo de faenas pesqueras le comenté lo
sucedido. “Nada tiene que ver, me dijo como sentando cátedra. Las viejas que
llegan al mercado proceden de Cabo Verde. El sabor de la nuestra es mucho más
rico. Por eso son, a pesar de ser tan grandes, más baratas… Y continuó mi
informante… Además añadió: la golosina de nuestra vieja es el “cangrejillo” y
nuestras orillas están prácticamente esquilmadas. Encontrar algunos cangrejos
después de estar en cuclillas, volteando teniques, es como hallar un tesoro”.
Me quedé con magua. Entristecido.
Seguí por el mercado y por centros comerciales, dando vueltas, observando la
variedad que ofrecían. Y llegué a casa con las manos vacías…
Y volví a recorrer con mis
recuerdos mis baños en El Hierro, en La Maceta, en el Verodal (la playa roja),
en Charco Manso, en el Tamaduste que siempre terminaban con un sabroso caldo de
pescao en Casa Juan, en la Restinga…
ALFREDO AYALA OJEDA
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