Decía, en tono poético, el escritor
grancanario Emilio Déniz: “Agaete, es un pueblo singular del que alguna vez he
dicho que si el cielo existe, tiene su entrada por allí… Eso lo vieron desde
siempre los poetas y cristalizó en la veneración que Alonso Quesada, Tomas
Morales y Saulo Torón sentían por esta villa “Puerta del cielo”…
La villa de Agaete, se extiende de
cumbre a mar y que está situado al oeste de la isla de Gran Canaria. Su
superficie roza los 60 kilómetros cuadrados y dista de la capital de la isla
unos 30 kilómetros. En estos días, Agaete, está en fiestas. Unas fiestas,
multitudinarias, participativas y divertidas, en las que no se regatean
esfuerzos en honor de Nuestra Señora la Virgen de Las Nieves, co-patrona del
municipio… Contrariamente a lo que se piense, la Inmaculada Concepción es la
patrona de Agaete y tiene su festividad cada 8 de diciembre.
Retrocediendo a tiempos infantiles,
recuerdo que en el chalé de mi tía Peregrina, en el mismito corazón de Ciudad Jardín
una tarde sí y otra también, poetas y escritores, hombres y mujeres de la
cultura, montaban sus tertulias. Eran habituales Lucy Cabrera, Chano Sosa, Paco
Sanchez, Natalia Sosa, José Rafael, Saulo Torón, Pepe Armas. Juan Sosa
“Belarmino”, daban lectura a algunas de
sus publicaciones y otros de los participantes hablaban y comentaban sus
trabajos…
Hace días, en compañía de Lydia Díaz,
paseábamos por las pinas calles del casco urbano de Agaete. Casi de sopetón, tuvimos
un encuentro afortunado con el amigo Chano Sosa. Afloraron dormidos recuerdos,
en nuestra apresurada charla de Agaete… del Museo de la rama, del árbol
capitalino “Árbol bonito”, padre del ficus que esplendoroso pasa su vida en la
subida al Valle… hablamos de la subida en busca de la rama, de la feliz iniciativa
de Pepe Armas en dar vida, a través de los papagüevos, de personajes populares
de la villa… del histórico Huerto de las flores…
Foto: Chano Sosa y Alfredo Ayala
Pero Lydia y yo habíamos
concertado una visita y como temía llegar tarde, dejamos la conversa para mejor
ocasión…
Nuestros pasos se dirigían al Valle.
Quería volver a vivir aquellos paseos con mis padres, por distintas zonas del
municipio. Paramos en el balneario con la intención de tomar un café, auténtico,
de verdad, pero el balneario estaba cerrado, a la espera del inicio de las
obras restaurado… desde lo alto, vimos la olvidada fábrica del agua de Agaete,
de fondo ferrugiento…
Le hablé a Lydia de las fiestas en honor
de Nuestra Señora de Las Nieves, que en
voz del pueblo se ha quedado reducida a “La Rama”… Alguien dijo que los
lugareños son gente alegre que atesoran conocimientos del mar y la tierra. Deliciosos
son sus productos arrebatados al mar: sardinas, caballas, viejas, sargos y
fértiles sus valles: cafetos, mangos, aguacates… Y, cuando llega el momento
festivo bastan escasas armas para divertirse: un volador, una banda y una
ramita de olivo, pino, eucaliptus o poleo. Lo demás, la participación, el
corazón, el alma, lo pone el pueblo y lo extiende contagiando a cuantos
visitantes se acercan a compartir el momento.
La Rama, sin duda, hay que vivirla. No
se puede contar. Intentar en unas breves líneas contar todo cuanto sucede en el
transcurso del festejo, sería tanto como dejar en el tintero del olvido
aspectos que mueven, en cita del antropólogo Victor Turner “el polo sensorial
(el ritmo, el cansancio, el sudor, el olor, el calor) elemento dominante del
ritual.
Los propios del lugar hablan de danzar
por promesa, por cumplir lo prometido y llevar a los pies de la Virgen de las
Nieves, el testimonio vegetal que en frenética danza, aromatizan calles y
templos. Hablan, del espíritu de la rama…
“Agate, dice un viejo refrán míralo y
vete, porque si te quedas en el corazón se te mete”.
Por eso amigo, la rama, hay que vivirla.
Están todos invitados
ALFREDO AYALA OJEDA
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