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miércoles, 24 de octubre de 2012

* APUNTES SOBRE LA PIEDRA DE ESTILAR

Al filo de la madrugada, repasando algunas informaciones sobre los lagartos de Salmor, atrajo mi atención el continuo tintineo de una vieja pila de estilar… El repetitivo goteo, quebraba el silencio de la noche, impidiéndome concentrarme en mis apuntes… El martilleo incesante, repetitivo, monótono, se me metió en el tino de tal manera que terminó acaparando mi total atención… Reconozco que me pudo la curiosidad y, momentáneamente aparqué los apuntes para mejor ocasión… Imantado, observaba como se formaba cada gota que se precipitaba desde el poroso filtro hasta una jarrita de aluminio, con bordes en forma de línea quebrada, con sucesivos picos recortados… La jarra, repletita de un agua de bendición, cada vez que recibía una gota, se desbordaba… El reboso, deslizaba el líquido hasta un agujereado platito que cubría la boca de una achatada y artística talla de barro donde se almacenaba… Mis cálidas manos no pudieron resistir la tentación de tocar con suavidad la talla o bernegal… Absorto, navegué por un sinfín de recuerdos mientras saboreaba un largo y generoso buche de agua… 

El filtro, cubierto de frondoso culantrillo*, se me antojó jaspeado de verde confetis, que daba alegría al rinconcito donde estaba situada la destiladera… Pasé la yema de mis dedos por la textura porosa del filtro y algunos granitos de arena quedaron en mis dedos… Recuerdo que los froté durante un largo rato, presionándolos entre el índice y el pulgar. Eran gruesos, distintos a aquellos otros que tuve entre mis dedos en playas como Papagayo, Alcaravaneras o Las Canteras, paradisiaca playa que, precisamente por los filtros areniscos cambió su nombre de Bahía del Arrecife, por el actual de La Playa de Las Canteras… Eran inmensas canterías que los propios de la isla, extraían para cimentar fábricas como la de la Catedral de Las Palmas o para tallar las codiciadas estiladeras… Porque tener en casa una de ellas era, amén de la bendición del agua fresquita, cuando lo habitual era ir por ella a los nacientes o pilares, también era un símbolo de bienestar, de casa canaria tradicional bien puesta. 

Las pilas de estilar, con materiales extraídos mutilando La Barra, se exportaban a muchos países de América hispana, donde residían emigrantes canarios. Incluso llegaron al Japón, donde la estiladera era apreciadísima y se consideraba que su filtro era una extraordinaria esponja petrificada... Por suerte, las agresiones al arrecife fueron prohibidas, y los artesanos debieron procurarse la piedra arenisca en otros lugares. 

Me venían ráfagas de recuerdos del amigo Wiscafré, auténtico enamorado de lo canario, que me mostró fotos antiguas de tongas de Pilas de estilar que permanecían en el puerto, en espera de embarque para distintos lugares latinoamericanos… Me venía a la memoria aquellos dichos “El culantrillo no crece si el agua no es buena” o la contradictoria: “El agua no es buena hasta que no crece el culantrillo”… Incluso tuve ocasión de leer que “el barrito” que se forman en las raíces del culantrillo, se usaba como remedio sanador para la cura de los labios, cuando por el ardor de estómago, aparecían las molestas vejiguitas en la comisura de los labios… También, recordaba que el culantrillo para enfermedades respiratorias solía usarse en infusiones… 

Hurgando en recuerdos, en lecturas, en numerosas conversas mantenidas a lo largo de muchos años, afloraban mis andares televisivos por Canarias, África y tierras americanas en infatigable búsqueda que enriquecieran mis conocimientos sobre lo canario… Quizás, en torno a la artesanía de las estiladeras, el más curioso, estaba ahí, en el límite entre los municipios de Las Palmas de Gran Canaria y Telde. Frente mismo a la Potabilizadora, en la cresta de la montaña, a donde el artesano Félix acudía cada día, para extraer el bloque necesario para hacer su filtro de arena fosilizada… 

La montaña, presentaba un aspecto deplorable. Mil veces horadada, herida por los golpes de escoda, pico y escoplos, se me antojaba un enorme queso. Algunas de las cuevas, para evitar el derrumbe, estaban apuntaladas. Las cuevas eran las minas donde la preciada piedra arenisca estaba presa. Seguramente, este yacimiento arenisco se debió a una de las tantas fluctuaciones marinas que alteró el perfil de la isla. Allí, el amigo Félix, labrante, elaboraba una estiladera para atender uno de los tantos encargos… en cierta ocasión, -me dijo- “un desalmado hizo un destrozo enorme. Se trajo su martillo eléctrico y arrancó numerosos bloques. Son los tremendos huecos que tienes a la vista…” 

Más de cuatro horas pasé con el artesano, siguiendo paso a paso la elaboración de la estiladera. Recuerdo que este encuentro casual tuvo lugar a finales de los 80 y que le encargué una, para saber el precio: 4.000 pesetas, me contestó. Me pareció un precio irrisorio para tanto trabajo y conocimiento… 

Existe sobre el filtro de estilar numerosa información. Hoy, ofrezco estos apuntes. Próximamente, ofreceré el resto de la información acumulada así como alguna que otras curiosidades. 

* Especie de helecho de hojas divididas en lóbulos, redondeadas. Se cría en lugares húmedos.

ALFREDO AYALA OJEDA

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