Por estas fechas anda la chiquillería alterada. Pandillas que se citan en distintas plazas para dar la tabarra a la vecindad con la sana intención de que sus visitas o asaltos a las viviendas de amistades o conocidos, sean compensadas con algunas golosinas… “Truco o Trato”, es la voz que se escucha en cada rincón… Es, el 31 de octubre la noche grande Halloween. La noche de brujas, de difuntos… Originariamente, su procedencia es Celta. En la cultura Celta, se festejaba el final del verano, la oscuridad, el final de la cosecha. Con el tiempo, los romanos asimilaron la festividad. Actualmente, la noche de Halloween, se celebra en distintas partes del mundo y goza de gran prestigio y popularidad en tierras americanas quizás por el “empujoncinto” publicitario que le brindó allá por la década de los 70/80, el cine con el estreno mundial de la película de terror “la noche de Halloween” que referenciaba secuencias enmarcadas en la víspera de todos los Santos....
Pero como en otros acontecimientos festivos esta festividad pagana la convirtió el cristianismo como día de todos los santos, trasladando la fecha desde el 13 de mayo hasta el 1 de noviembre. Embargo, los romanos celebraban por aquél entonces “el fin de la cosecha en torno a la diosa de los árboles frutales” uniéndose ambas celebraciones.
“Truco o Trato”, así se resumen, según la leyenda, el encuentro entre Jack “el tacaño” y el Diablo. Tremendas judiadas se hicieron uno a otro con pactos, tratos o trucos… en una de esas ocasiones, Jack pactó: En 10 años no me moleste y no podrás reclamar mi alma. Jack falleció antes de ese tiempo y en las puertas del cielo, San Pedro le impidió el paso recordándole su mala vida… Al infierno, tampoco podía ir debido al “Trato”. Entonces quedó condenado a deambular por los caminos del bien y el mal, con un nabo hueco con un carbón como única luz encendido cambiando su viejo apodo de tacaño por el de “la linterna”… El nabo, por eso de la comodidad y el volumen, paso a simbolizarlo la calabaza tallada de manera horrenda, como linterna o luz para alumbrar los caminos los difuntos…
Hace unos días, después de pasear por distintos centros comerciales y ojear las vestimentas que ambientan la noche de Halloween y comprobar que, para el festejo la crisis es cosa de risa, repasaba los despropósitos de la modernidad. Dolido y apesadumbrado recordaba algunos pasajes de mis recorridos por el Archipiélago en tono a esta festividad… “las tafeñas” herreñas, en la casa del siempre recordado amigo Benito Padrón, en la que grandes y chicos, íbamos monte arriba a recoger los erizos que con sus púas, guardaban las castañas… Los cuentos sobre muertos que mi abuelo, Juan Rafael, el mayor de la familia -con numerosas puntualizaciones de mi abuela Felisa-, nos contaba en la noche del 31 de octubre una vez reunida en corro la pollería de la amplia familia… Se recordaban viejas historias… Anécdotas y curiosidades de nuestros finados… Recordarlos, era algo así como tenerlo entre nosotros… Cómo un flechazo, cuando intento hilvanar estas letras, me viene a la memoria una carta reciente de mi prima Teresita: “… Mi hermana Juana María, te buscó por toda la casa y no te encontraba… Mi padre, hacía días que había fallecido… Dictaba la costumbre, cerrar su habitación y prohibir la entrada a la familia hasta que todo estuviera en orden… Como no contestabas, abrió la puerta de la alcoba y te encontró sentado en su cama… te preguntó: ¿qué haces aquí? Y le respondiste: buscaba al tío Paco… ¿Dónde está? Lo buscaba para que me llevara a ver las carreras de galgos al Campo España. Siempre me llevaba… Mi padre, -te dijo Juana María-, ya no está entre nosotros… Ella, te sentó en su falda y empezó a contarte algunas curiosidades de su padre… Cuando lo recuerdo, -me decía Teresita en su carta-, los ojos se me humedecen…” Mi abuelo, en los relatos, recuerdo que nombraba a todos los familiares que habían fallecido… En esa noche, no faltaban las castañas, las nueces, los queques, ni lenguas de pájaros, que devorábamos con glotonería. Nuestros padres y familiares mayores, en el amplio patio, tocaban timple y guitarra. También, entre coplas y canciones, “empenicaban” el codo con anís del mono o vino de la tierra… Después, forrados hasta los ojos, conciliar el sueño era tarea difícil… Recordaba, ya de mayorcito, a los Ranchos en su recorrido por las calles del vecindario uniendo voluntades para recabar fondos, que se entregaban en la iglesia para mediar por las almas de los finaos… Recuerdo la autóctona calentura de mi amigo Sergio Correa, cuando por estas fechas se suprimía algunos de los escasos actos de los finaos para ofrecer otros en su lugar… Y el primero de noviembre acudir a los cementerios a visitar a nuestros familiares y elevarles alguna oración…
El amigo Benjamín, desde Méjico, envió una valiosa aportación sobre “la noche de muertos” y las “calaveritas”, publicado en este mismo blog del que recomiendo su lectura.
Afortunadamente, en distintas localidades, la noche de finaos ha recuperado su vigencia… Así, en Moya, San Mateo, La Aldea, Santa Lucía, San Bartolomé, Agüimes, Ingenio, la tradición se afianza con asaderos populares de frutos secos y repostería de la zona, bailes y parrandas… Y transcurrida la fecha del 31 de octubre, llega el día de Todos Los Santos, el momento de acudir al camposanto a llevar unas floritas a los seres queridos, recordándolos.
Es noche para recordar a nuestra gente, a nuestra familia porque “solo está muerto, quien no se recuerda”.
ALFREDO AYALA OJEDA
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