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sábado, 24 de marzo de 2012

* DE CUANDO LA MAREA, MARCABA LOS TIEMPOS…

Anoche, al filo de la madrugada, cuando las maguas me invaden, necesitaba encontrarme conmigo mismo… Pensar…, reflexionar…, ordenarme interiormente… vagar por viejos recuerdos… Adentrarme… Ponerme en la piel de amigos, compañeros con los que compartí momentos y situaciones, quizás lejanos en el tiempo, pero muy fresquitos en mi memoria… paseos por bochinches, por descampados con Fernando Díaz Cutillas, con el que me sucedieron muchísimas curiosidades como aquella en la que hicimos un alto en el camino, allá por los comienzos de los ochenta… Estábamos en la isla de Fuerteventura grabando uno de los tantos programas de la serie “El Pueblo Canta”, en los alrededores de la casa del folclorista afincado en la isla, Esteban Ramírez de León… Habíamos terminado una de nuestras grabaciones y, tras una ducha reparadora, nos dispusimos a cenar… Nanino, recuerdo, me dijo: han abierto una marisquería en Corralejo: “Casa Juan”, dice que está en un descampado difícil de encontrar a esta hora de la noche… ¿lo intentamos…? La noche era joven y nos pusimos en marcha…

No era por esa época del Corralejo de intenso ajetreo turístico que hoy conocemos repleto de apartamentos y hoteles, despersonalizado… Era, el Corralejo de pescadores… Era el Corralejo que tuve ocasión de conocer, cuando la marea y no el reloj, marcaba los tiempos… Era el Corralejo repleto de intenso sabor a pueblo y olor a salitre…

En una de las esquinas, al sereno, nos encontramos con alguien, que apuraba las últimas bocanadas de un cigarro mecánico… le preguntamos por Casa Juan y le dimos toda clase de detalles… Parco en el decir, nuestro hombre nos dio una explicación a la vez que exacta sorprendente… “sigan por aquí – nos señaló con el dedo—derechito… cuando les ladre un perro majorero que está amarrado, caminen unos cien metros, se desvían a derecha y lo encontrarán”… Y dicho y hecho… caminamos por el “descampao”, ladró el perro, y después de caminar, tras un montículo, apareció Casa Juan.

Nuestra llegada coincidía con el cierre del establecimiento… Juan, su propietario, nos agasajó y nos colmó de atenciones sirviéndonos dos jarras de cerveza, bien tiradas y fresquita… Enhebramos la conversa y poco a poco, en la intimidad, nos dijo: “de aquí no se van sin llevarse entre pecho y espalda unas viejitas fresquitas que me llegaron al oscurecer”… No pudimos resistir la tentación… Juan, poco a poco nos fue sirviendo algunas tapitas entre las que estaban dos productos de la tierra: las lapas y el queso viejo…

La conversación giró en torno a la manera de solventar algunos problemas de conservación de alimentos, como las tocinetas y la elaboración del “queso enterrao”, de que en otro momento les hablaré más detenidamente…

ALFREDO AYALA OJEDA

1 comentario:

  1. que bontito el relato,,, alfredo,,, lo leia y parecia que lo vivia,,, precioso!!! ( la chispa)

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