Hay
solistas o intérpretes, que son de otra echaúra o como diría la
gente nueva, de otra galaxia. Algunos, que todavía no tienen talla
para llegar al micro se agigantan cuando están sobre los escenarios
o aquellos otros que reúnen condiciones interpretativas de premio y
se acojonan cuando, a la hora de la verdad, están antes el
micrófono. También los hay que cierran los ojos cuando cantan y
quienes le tienen auténtico pánico a estar frente a frente ante el
público...
Cuando
creé y dirigí el programa de música popular “La Bodega de
Julián” contraté un coordinador. Lo conocí de jovencito en
Adeje, en medio de uno de los tantos “Tenderetes” itinerantes que
monté para Televisión Española en Canarias. Me había impactado su
voz y su estilo. Era una voz mas bien pequeña pero con una dulzura
exquisita. Recuerdo que, tras el ensayo, le dije: “Mira a la
cámara. Desafíala. Enamórala. Rétala. Mantenle fija la
mirada...”. Sin embargo, le podía la timidez y mis palabras con la
sana intención de darle el ánimo que necesitaba, de poco o nada
sirvieron... Cantó un par de coplas y estuvo brillante pero yo sabía
que podía dar más de sí... Después, tiempo hubo en que le perdí
la pista. Muchas veces, también, acudí a mis dos paños de
lágrimas: “El Puncha” y Jaime León, dos amigos que siempre
estaban dispuestos para echarme una mano en cosas del folclore. Una
de las veces el Puncha me respondió con cierto brillo ilusionado en
los ojos: “Ahí sigue, madurando”.
Al
poco, lo que son las cosas, en la romería del Pino, en la Villa
mariana de Teror, me lo tropecé y tuve ocasión de escucharlo en una
parrandita que se montó en el punto de encuentro donde recalan todos
los tendereteros: El Puente.
Pero
el problema seguía latente. Llegaba animadito y a medida que se
acercaba la hora de la verdad, ya estaba con el nervio subido, la voz
presa y el temblique como si le fuera a dar el tilingo...
Incluso,
recuerdo aquella ocasión en que con todo montado y el ensayo
realizado para la grabación de La Bodega de Julián, pues se quedó
a medio camino y dijo: “yo no salgo. No puedo”. Nada, no te
preocupes, otra vez será...
Se
me pareció a aquel famoso torero, que desde el burladero miraba al
toro y dependiendo del gesto del animal, decidía si salía o no. Y
muchas veces, las protestas fueron tantas que el ruedo se cubrió de
almohadillas.
Pero
de una manera u otra, el niño que se hizo grande, continúa teniendo
una voz y un gusto exquisito para entonar las cosas de la tierra.
Y
me llevo la gran satisfacción cuando en algún programa de
televisión o de radio, lo veo y escucho.
Y
Perdonen ustedes que me reserve su nombre.
ALFREDO AYALA OJEDA
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