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viernes, 8 de marzo de 2019

* A JUANA MARÍA MONTELONGO, ALFARERA.

No quiero, ni lo pretendo, aprovechar el 8 de marzo. Me pasa lo mismo que con el día de Canarias, fecha en la que todos se llenan de canariedad, cuando en realidad a Canarias hay que atenderla durante todo el año y no solo en la señalada fecha, del día 30 de mayo. 

Hoy, después de casi tres décadas, se me apetece hablar de ella, una ceramista o alfarera a la que conocí o busqué tras haberme enamorado de una pieza de barro, que estaba a la vista en una modesta repisa en una casita majorera. Le pregunté al propietario y me remitió a Tindaya, casi al pie de la Montaña Sagrada... Me dijo: es una obra de Juana María Montelongo... 

Yo, he conocido a numerosas alfareras Guadalupe, Fefita, Dorotea y Julianita, también, algunos hombres como Panchito, el referente, los amigos del Alfar en Tenerife, don Juan Brito y su hijo etc. Cada uno ha estampado su firma, su autoría, en cada pieza y todos, sin exclusión, me han dejado una profunda huella... Sin embargo, debo reconocer que Juana María, era de otra "echaúra". Parca en el decir, eficaz, didáctica y en ocasiones con una brisa de socarronería majorera... Sus trabajos, se distinguían. Tenían personalidad.  

Viéndola trabajar haciendo “churros” para ir paso a paso levantando piezas, transmitía una delicadeza extrema que a mí, se me antojaba que susurraba al barro... Eran toques de mimo, de cariño, de dulzura... Poco a poco, amasando elementos que parecían desplomados, dormidos en sueño eterno, ella despacito le iba dando vida... 

Tras el primer encuentro, la acompañé a buscar barro y arena. El barro, en lo alto de una montaña en Betancuria; la arena, en el lecho del barranco. De regreso a su casa, todo un largo proceso se desencadena... Airearlo, remojarlo para que vaya logrando textura, bailar el barro para ligarlo con la arena, disponer el horno, preparar troncos, maderas para que mantenga la temperatura... 

En el proceso, sus hijos, Sima y Beatriz, distraen el tiempo de estudios para arrimar el hombro... 

Sin quitar ojo, absorta, me dice: “Un día, por curiosidad, quise tener una pieza de barro levantada con mis propias manos... Decidida, me desplacé, hasta el valle de Santa Inés, porque había una distinguida alfarera en esa zona. Le toqué en la puerta y empezó a enseñarme... Hice un platito, poca cosa, aunque a mí en aquel momento me pareció una auténtica obra de arte”. 

El barro, que quieren que les diga, me atrapa. No sé por qué motivo o razón... Recuerdo que en San Antonio de Texas, crucé del famoso Álamo hasta un hotelito, donde nos esperaban un puñado de canarios. Estaban en Texas con motivo de una serie titulada “El Otro Archipiélago” y teníamos cita con distintos isleños. Uno de ellos, el de mayor edad, Everto Padilla llevaba muchísimos años sin regresar a las islas. Él, atento, nos brindó todo cuanto estaba a su alcance. Era la última parada, llevaba dos años fuera y se me habían agotado todos los obsequios que llevaba... Se me ocurrió entonces regalarle un cuenquito, obra de los alfareros “Ramón y Vina” propietarios del Molino de Mazo... El cuenco, recuerdo, lo estrujé contra mi pecho y a la vez le dije: Querido paisano, después de un largo viaje solo me queda este pequeño cuenco con el que agradecerte todas tus atenciones... Un cuenco humilde, breve, calcado con toda clase de adornos de nuestros aborígenes... Es un cuenco tintado de negro azabache, pero que está repleto de sentimiento... Es solo tierra dirían algunos... Yo no. Yo veo tierra, mi tierra, nuestra sufrida tierra que nos ha visto crecer... Pero este concretamente, es un cuenco diferente, un cuenco que al tocarlo nos transmite un latido profundo... Por eso hay que mirarlo con cariño, con mucho amor porque es una parte esencial de todos nosotros...  

Everto, a la vez que sujetó el cuenco con firmeza no pudo evitar que unas lágrimas resbalaran por sus mejillas... (disculpen este paréntesis) 

Dentro, en el interior, en su laboratorio Juana María, desencadena todo un proceso... Las manos parecen querer despertar del dormido sueño, toda la belleza de la antigua tradición de la alfarería... Una tradición representativa de nuestro pueblo aborigen... 

Hoy, distintas mujeres majoreras van a ser distinguidas dentro del señalado día de la mujer y ella, claro está, es de justicia que se reconozca su amplia trayectoria.  

Y yo las recuerdo con admiración: Oroncia Cejas, Doña Dorotea “la del mojón”, Clotilde Mesa “curandera del culebro”, Juana Herrera “La pregonera de Agaete”, María Armas “Cantos de trabajo”, Carmen Hernández “decimista de Quemados”, Rosaura Marrero “Fiel a la Morenita”, Julianita, la mujer que enseñó a “Panchito” el componente del almagre, María Carreño “sacar el sol de la cabeza”... En fin, son tantas 

NOTA: Paso a paso, el trabajo de Juana María está recogido, junto a otr@s ceramistas en un capítulo de la serie Senderos Isleños, de Televisión Española en Canarias. En TVE, a la carta pueden encontrarlo y disfrutarlo. Merece la pena. 

ALFREDO AYALA OJEDA

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