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jueves, 28 de marzo de 2019

* EL AGUA, TAN VALIOSA COMO ESCASA...

Cuando la sequía amenazaba las más fértiles tierras de las islas, y a sus habitantes no les quedaba otro remedio, que andar en desesperadas rogativas, elevando al cielo las plegarias implorando la lluvia, que sucedería en las secas zonas del sur repetidamente castigadas por el solajero.
Atenazados, puesta en peligro la pervivencia de la familia, optaban por abandonar campos, tierras y animales y buscaban como remedio la emigración. Otros, al contrario, se volvían a la tierra misma para dar con esa mina de agua que pusiera fin a sus calamidades. Así, zahorines con su varita de granadillo, caminaban por los lechos de los barrancos esperando el hallazgo dar con la zona donde pudiera alumbrar el agua que vivifique sus cosechas. 
Muchas veces, con cultivos equivocados, exportábamos lo que no teníamos. Eran cosechas apreciadas dentro y fuera de nuestras islas, pero que resultaban carísimas, porque se invertían para cosechar un kilo de fruta, casi cinco kilos de agua... Algo así como matar moscas a cañonazos.


El agua, en nuestras islas siempre fue tan valiosa como escasa. En su búsqueda, se prestaba toda la atención a distintos vaticinios como “las cabañuelas” donde el entendido, sobre una tabla, colocaba doce montañitas de sal que predecían los meses con más precipitaciones. Estas lecturas solían hacerse en las fechas señaladas de San Juan y en octubre... También los pastores leían en sus idas y venidas, con el movimiento del ganado, la flor de la altavaquilla.  
No se regateaban esfuerzos. La búsqueda era constante y las perforaciones, frecuentes. Las islas, con el paso del tiempo, se han convertido en un enorme queso gruyere... Hay que recordar también el valioso trabajo del cabuquero, persona especializada en horadar rocas o abrir galerías en su afanosa búsqueda de agua.
En Fuerteventura, la espera. Isla en la que llueve poco y mal. Las tierras más valiosas, arrastradas por las grandes precipitaciones, reposan en el mar. Pero el majorero, observa y se acomoda a los tiempos dejando preparadas las tierras y esperando a que las lluvias rocíen la isla. Para ello, las gavias siempre preparadas, dispuestas para recibir los beneficios de la lluvia y no permitir que se desperdicie, ni una sola gota de agua... En Lanzarote, los enarenados salvaron muchísimas cosechas, pero el campesino continuaba en su esperanzador diálogo con las nubes. 
En la isla de El Hierro, el sabio Tadeo Casañas, empleando el sentido común y horas de observación, allá por los años 40 del pasado siglo, llegó a solucionar el grave problema de sequía que sufría la isla, ordeñando los árboles, canalizando el alisio hasta el hoy, donde una empresa, ordeñando las nubes, ofrece agua embotellada.
Las potabilizadoras, las presas, la canalización, la cultura del campesino, aunque se siga clamando la lluvia, permiten un ligero alivio.
Recuerdo de pequeño, aquella severa economía que se implantó en distintos hogares isleños. En muchos lugares el ir a la mina a buscar agua, tarea que corría a cargo de los más pequeños, fue pasando al olvido. En zonas se plantó un chorro y la vecindad disponía del agua tras una larga espera... Pero poco a poco fue llegando el servicio a los domicilios y mis padres me explicaban: para lavarse las manos, se moja un poco, se cierra la llave, se enjabona bien y después terminas abriendo nuevamente el pilar, para quitarte el jabón... El agua, se compartía como la vida misma. Así, sin más, aprendíamos y valorábamos el agua.
En fin, permítanme esta licencia, de adentrarme en el tema, del agua un bien escaso y caro que todos los que vivimos en estas islas hemos sufrido, de un racionamiento y en otros momentos, reinando la alegría, como decía la copla del desaparecido folclorista José María Gil:  

“Qué alegría 
las islas están llovías”. 

El agua, presente en nuestras vidas se festeja a lo grande: “La Traída del agua” de Lomo Magullo, habla por sí sola. 

ALFREDO AYALA OJEDA

domingo, 17 de marzo de 2019

* AMARILLO “ERA” MI COLOR

No sé, si con los años uno se vuelve perretoso.  No sé si con los años, ese cúmulo de vivencias atesoradas con el correr del tiempo, los hombres y mujeres tienden a romper con lo establecido... No sé, no sé, no sé...  Solo sé que estoy más caliente que un tubo de escape, con el tema del equipaje de la Unión Deportiva... Intentaré explicarme: 
Soy, de siempre, eterno seguidor de la Unión Deportiva Las Palmas. Puedo decir, incluso, que he conocido las instalaciones de aquellos clubes, que hicieron gala de un caballeroso desprendimiento para lograr la fusión y darle vida a aquel equipo único, que hoy se llama Unión Deportiva Las Palmas...  
También, he compartido tiempo con numerosos jugadores amarillos... Polillo, Cástulo, Oramas, Elzo, Silva, Molowny, Juanono, Beltrán, Torres, Gorrín, Pepín... 
Vi crecer el Insular y disfrutar con aquellos partidos regionales, de veteranos, de juveniles y de mi Unión Deportiva. 


Recuerdo, en Tenerife, estar disfrutando de una fresquita cerveza y aparecer por ahí, el legendario Zuppo y pegamos la hebra con recuerdos de aquellos delicados momentos que atravesaba el equipo... El Zuppo, siempre generoso, con la mano tendida, se desplazaba desde Tenerife para apoyar con sus “Riqui - raca” a la Unión Deportiva. 
Recuerdo, como prendía la llama de la pasión en el Insular, con aquellas bandas del Maestro Mejías o la Banda de Agaete, que daban aliento en situaciones complicadas... Compartí buenos momentos con Manolo “El Pipi”, con su voz bronca y su corneta... ¡¡Vamos Las Palmas!!... Nada digamos de Fernando “El Banderas”, incansable, con su bandera tricolor y su aglutinador “Pío Pío”; Así como últimamente el Mexicano con su bombo. 

Foto: El mexicano
También fui de aquellos que se rascaron los bolsillos, para adquirir acciones y salvar a la Unión Deportiva de la delicada situación económica... 
Créanme si les digo, que me duele la Unión Deportiva.  Cada traspiés, cada mala gestión, cada fichaje fallido, es una herida que queda para siempre en mi pecho.  
No hace mucho, -esto de las modernidades me tiene trabucao- se hizo la presentación del equipaje de la temporada... El AMARILLO, nuestra seña de identidad, brilla por su ausencia. Ahora, como el presidente es “Caballero Legionario”, el equipaje es verde. Verde legionario... 
Yo sé que don dinero, manda y obliga. Seguramente, el Sr. Ramírez si lee esto pensará: Yo con el equipo, que me cuesta un pastón, hago lo que quiero... 
Pero no. El equipo, en sus orígenes, pidió su autorización para usar el escudo y unos colores fundacionales. Pero usted, se ha saltado la historia... Ha enterrado o desterrado el color amarillo, mi color, nuestro símbolo. 
Ahora, aunque ponga las entradas a cero euro no voy al estadio. Me ha traicionado y ese verso de Luis Quintana “Amarillo es mi color” ahora pasa a ser “Amarillo ERA MI COLOR”... 

Ahí le queda el club: que le aproveche. Y haga lo que hacían los niños “litres”: ¡si no juego, me llevo el balón.! 

ALFREDO AYALA OJEDA

miércoles, 13 de marzo de 2019

* A LA ABUELA DEL CARNAVAL

Hay personajes que dejan huella. Que calan en la consideración popular. Qué casi sin proponérselo, pasan a ser historia. Pero no una historia cualquiera, sino una historia de verdad.  Tal es el caso de Miguel Alcántara Cabrera, un vecino del céntrico barrio de Las Alcaravaneras, en la capital de Gran Canaria, que por su nombre solo lo conoce la familia, amigos y vecinos. Sin embargo, cuando se dice “La Abuela del Carnaval”, todos, sin exclusión, dicen ¡yo la conozco!. 

Foto: Alfredo Ayala y la Abuela del carnaval

A mí, por cosas de la profesión, siempre me picó la curiosidad. Me gustaba, codearme con todos ellos y andar por esos caminos, que los llevaron a mantener esa cita puntual con la tradición y el respeto al personaje... Son hombres y mujeres, que se dimensionaron al pasar del anonimato vivir la vida de otros.

Horas de estudio, de ensayos, de observación. Recuerdo, que alguno me pidió algún tipo de información gráfica, para ser más fiel al personaje. Unos personajes que había fallecido, pero que por estos entusiastas volvía su figura, a estar por unos días entre nosotros.

“La Abuela del Carnaval”, era una delicia. El papel del intérprete rozaba la perfección... La negra pañoleta de lana era para guardar el respeto y conservar en la memoria a algún familiar fallecido... El delantal, siempre dispuesto. Era como una caja fuerte donde tenía el pañuelo, el rosario, el monedero para el suelto, porque los billetitos siempre iban anudados en el pecho, cerquita del corazón. A veces, también con el escapulario de promesas,  a la Virgen del Carmen. 

Foto: Abuela del Carnaval

Y claro...  Así, como de repente, a la Abuela, le brotaba el mal genio y sin pelos en la lengua,  sacaba de paseo su carácter agrio, para dar un espantón a quien le levantara la voz o le llevara la contraria.

Pero Miguel Alcántara, era el vivo sentimiento del carnaval. Entusiasmo, entrega y una voluntad inquebrantable porque hay tener ánimos para estar picando los ochenta años y jincarse la pesada vestimenta, para entregarse de lleno a  a un largo recorrido... Recuerdo aquella luminosa tarde, en el lugar conocido por “la Tronera”, en Gáldar, aquella tarde en que me reuní con “La Abuela”, tierna, delicada que casi caminaba a trompicones... 
“Ayala - me dijo- a veces, en Las Palmas, me pongo en el filo de la acera y hago intentos de cruzar la calle. Muchos, se prestan para ayudarme... En cierta ocasión, un agente, con mucha corrección, me ayudó a cruzar y en ese breve recorrido, con el tráfico parado, me dijo: “No debe salir sola a la calle. No está usted en edad... Es peligroso y puede tener un percance... Al llegar a la acera de enfrente, le di las gracias con un besito... Son ruindades que me gusta hacer alguna que otra vez...” 

Foto: Abuela del Carnaval 

Ella, “La Abuela”, seguía contándome: “Antes, en nuestro tiempo, eso si eran carnavales. Aquellos que estaban prohibidos y había que ir a correrlos en Agüimes, en Montaña Cardones, en el Risco de San Nicolás o en el interior de algunas sociedades recreativas... Yo, salía del trabajo y llevaba una bolsa con mi disfraz. Siempre, con este mismo disfraz. En cualquier zaguán me lo ponía y nada más "encasquetármelo" cobraba vida...” 

“La Abuela”, no paraba. Había pegado la hebra... Para mí, el carnaval es la vida. Cuando se aproximan las carnestolendas, me siento imantado... Yo los he disfrutado en distintas partes del mundo: He recorrido todo el Archipiélago y numerosos municipios... Pero también me fui a Brasil, Venecia, Paraguay incluso en Alemania, concretamente, en Colonia hasta me galardonaron y todo. 

Hoy, recuerdo con nostalgia, aquella última ocasión en que me reuní con ella en Gáldar y detrás llegó una espléndida corte: “El Borrachito”, “El Che Guevara”, “Fidel Castro” y “los dos bobos” del moco colgando. 

Ya no la volveré a ver más. Se nos fue para siempre, casi sin tiempo para decirnos adiós... En el preciso momento en que el carnaval estaba a punto de quemar la sardina en la Playa de Las Canteras. 

Se nos fue un personaje. Otro más... Que Dios lo tenga en la Gloria. 

ALFREDO AYALA OJEDA

viernes, 8 de marzo de 2019

* A JUANA MARÍA MONTELONGO, ALFARERA.

No quiero, ni lo pretendo, aprovechar el 8 de marzo. Me pasa lo mismo que con el día de Canarias, fecha en la que todos se llenan de canariedad, cuando en realidad a Canarias hay que atenderla durante todo el año y no solo en la señalada fecha, del día 30 de mayo. 

Hoy, después de casi tres décadas, se me apetece hablar de ella, una ceramista o alfarera a la que conocí o busqué tras haberme enamorado de una pieza de barro, que estaba a la vista en una modesta repisa en una casita majorera. Le pregunté al propietario y me remitió a Tindaya, casi al pie de la Montaña Sagrada... Me dijo: es una obra de Juana María Montelongo... 

Yo, he conocido a numerosas alfareras Guadalupe, Fefita, Dorotea y Julianita, también, algunos hombres como Panchito, el referente, los amigos del Alfar en Tenerife, don Juan Brito y su hijo etc. Cada uno ha estampado su firma, su autoría, en cada pieza y todos, sin exclusión, me han dejado una profunda huella... Sin embargo, debo reconocer que Juana María, era de otra "echaúra". Parca en el decir, eficaz, didáctica y en ocasiones con una brisa de socarronería majorera... Sus trabajos, se distinguían. Tenían personalidad.  

Viéndola trabajar haciendo “churros” para ir paso a paso levantando piezas, transmitía una delicadeza extrema que a mí, se me antojaba que susurraba al barro... Eran toques de mimo, de cariño, de dulzura... Poco a poco, amasando elementos que parecían desplomados, dormidos en sueño eterno, ella despacito le iba dando vida... 

Tras el primer encuentro, la acompañé a buscar barro y arena. El barro, en lo alto de una montaña en Betancuria; la arena, en el lecho del barranco. De regreso a su casa, todo un largo proceso se desencadena... Airearlo, remojarlo para que vaya logrando textura, bailar el barro para ligarlo con la arena, disponer el horno, preparar troncos, maderas para que mantenga la temperatura... 

En el proceso, sus hijos, Sima y Beatriz, distraen el tiempo de estudios para arrimar el hombro... 

Sin quitar ojo, absorta, me dice: “Un día, por curiosidad, quise tener una pieza de barro levantada con mis propias manos... Decidida, me desplacé, hasta el valle de Santa Inés, porque había una distinguida alfarera en esa zona. Le toqué en la puerta y empezó a enseñarme... Hice un platito, poca cosa, aunque a mí en aquel momento me pareció una auténtica obra de arte”. 

El barro, que quieren que les diga, me atrapa. No sé por qué motivo o razón... Recuerdo que en San Antonio de Texas, crucé del famoso Álamo hasta un hotelito, donde nos esperaban un puñado de canarios. Estaban en Texas con motivo de una serie titulada “El Otro Archipiélago” y teníamos cita con distintos isleños. Uno de ellos, el de mayor edad, Everto Padilla llevaba muchísimos años sin regresar a las islas. Él, atento, nos brindó todo cuanto estaba a su alcance. Era la última parada, llevaba dos años fuera y se me habían agotado todos los obsequios que llevaba... Se me ocurrió entonces regalarle un cuenquito, obra de los alfareros “Ramón y Vina” propietarios del Molino de Mazo... El cuenco, recuerdo, lo estrujé contra mi pecho y a la vez le dije: Querido paisano, después de un largo viaje solo me queda este pequeño cuenco con el que agradecerte todas tus atenciones... Un cuenco humilde, breve, calcado con toda clase de adornos de nuestros aborígenes... Es un cuenco tintado de negro azabache, pero que está repleto de sentimiento... Es solo tierra dirían algunos... Yo no. Yo veo tierra, mi tierra, nuestra sufrida tierra que nos ha visto crecer... Pero este concretamente, es un cuenco diferente, un cuenco que al tocarlo nos transmite un latido profundo... Por eso hay que mirarlo con cariño, con mucho amor porque es una parte esencial de todos nosotros...  

Everto, a la vez que sujetó el cuenco con firmeza no pudo evitar que unas lágrimas resbalaran por sus mejillas... (disculpen este paréntesis) 

Dentro, en el interior, en su laboratorio Juana María, desencadena todo un proceso... Las manos parecen querer despertar del dormido sueño, toda la belleza de la antigua tradición de la alfarería... Una tradición representativa de nuestro pueblo aborigen... 

Hoy, distintas mujeres majoreras van a ser distinguidas dentro del señalado día de la mujer y ella, claro está, es de justicia que se reconozca su amplia trayectoria.  

Y yo las recuerdo con admiración: Oroncia Cejas, Doña Dorotea “la del mojón”, Clotilde Mesa “curandera del culebro”, Juana Herrera “La pregonera de Agaete”, María Armas “Cantos de trabajo”, Carmen Hernández “decimista de Quemados”, Rosaura Marrero “Fiel a la Morenita”, Julianita, la mujer que enseñó a “Panchito” el componente del almagre, María Carreño “sacar el sol de la cabeza”... En fin, son tantas 

NOTA: Paso a paso, el trabajo de Juana María está recogido, junto a otr@s ceramistas en un capítulo de la serie Senderos Isleños, de Televisión Española en Canarias. En TVE, a la carta pueden encontrarlo y disfrutarlo. Merece la pena. 

ALFREDO AYALA OJEDA