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jueves, 12 de octubre de 2017

* COPLAS Y RIFIRRAFE DE “NIJOTA”

Hoy, releyendo, me zambullí a lo largo de la mañana por el apasionante mundo de coplas y autores. En esta andadura encontré coplas conocidas unas y menos conocidas otras. Unas, que solistas e intérpretes la llevan fija en su repertorio repitiéndolas hasta la saciedad. Otras, sin embargo, son como las décimas que tienen una corta vida. 
Leí, bueno repasé coplas de aquéllos inolvidables Diego Crosa “Crosita”, Manuel Verdugo, Juanito Vera Chocho, Manolo Haro, Elfidio Alonso, Dacio Ferreras, Juan Quintana “El Claca”, Garciarramos y otras que dormían en mi blog de notas desde hace algunos años.
Y nada mejor, así lo creo, que empezar con uno de los autores con mayor influencia en la poesía humorística en Canarias: don Juan Pérez Delgado “Nijota”. Se cuenta que el seudónimo de “Nijota” se debe a una novia tacorontera a la que le preguntó: ¿Y que se te ocurre para que yo use como firma en mis publicaciones? Ella, le respondió: ¡Jesús, Juan!, tú sabes, que yo de esas cosas no sé “ni jota”…
Recuerdo que muchas veces, mi padre para el semanario deportivo Guiniguada, que se imprimía allí al pie de las escalinatas del desaparecido cine Cairasco, en Las Palmas de Gran Canaria, me decía: “Alfredillo, vete al estanco y trae el periódico, para publicitar algunas de los versos de “Nijota”. Y allí me sentaba yo, en aquella vieja máquina de escribir a copiar los versos que mi padre me marcaba…

Esta copla de folias
es un ataúd florido,
en donde yace mi amor
al que ha matado tu olvido.


Señora ventorrillera,
qué gracia me hace usted a mí, 
vendiendo vino de afuera 
como si fuera de aquí”


Timplillo de las islas, 
agudo y fino:
Tu trinar sobre el pecho 
me pide vino.
¡Zumo de parra 
y tú, sietemesino 
de la guitarra!


O estas otras de un cliente más caliente que el tubo de escape de un coche de carrera por el “bautizo” de la leche… 

Cuando mida la leche, 
venga usté acá, Vicenta, 
que hoy le voy a cantar 
las cuarenta.

Que usté es una fresca 
de su peso se cae.
Usté está bautizando 
la leche que me trae.

—Señora: Eso no es cierto. 
Que no, que no y que no. 
Oiga, ¡muerta me caiga 
si la bautizo yo!

—No se eche maldiciones, 
que eso ya es un camelo.
Yo compré un pesa – leche 
del último modelo.

Y desde hace tres días 
lo meto sin cesar 
en el líquido blanco 
que usté trae a mi hogar.

El tubito, al ponerlo, 
desciende una pulgada 
y llega a un letrerito 
que dice «Leche aguada».

-Oiga, pues yo le juro
que yo agua no le he echado.
Será del alimento
que le echan al ganado.

Está demás señora,
me debe veinte duros
y una es pobre
y pasa sus apuros.

Si yo le echara agua 
—que no lo estoy haciendo— 
así podría cobrarme 
lo que me está debiendo.

—Bueno, sea lo que sea 
¡aquí hemos terminado! 
Compraré leche en polvo 
que dá más resultado.

—Si compra leche en polvo 
al fiado no será.
Oiga, y la leche en polvo 
¿qué ganado la da?

—Pues… son vacas que hay 
en las tierras de fuera 
que en vez de tener ubre 
tienen una polvera.

Pues hasta dentro de poquito en que traeré algunas otras de distintos poetas…

ALFREDO AYALA OJEDA

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