A medida que pasa el tiempo nos afanamos en la búsqueda de nuestra identidad. Pasan los años, el pelo se vuelve albo o escaso y recalamos por aquellos lugares de infancia, por aquellos sabores perdidos, por el paisaje. La brisa de la emoción aparece cuando nos arrumba un timplillo y dejamos pasar el tiempo, ese tiempo que antes, cuando estábamos en activo era escaso…
Hace unos días, regresé a tierras de medianías. Concretamente, a Ingenio Blanco, en los altos de Santa María de Guía, en Gran Canaria. Me esperaban, mi cuñado Tene y mi suegro Carmelo. Hablamos durante largo rato a la sombrita de un falso olivo. Estaban acompañado de dos poderosos perros de presa: Nublo y Tara. Impresionan estos ejemplares que sólo con verlos imponen respeto. A Nublo, lo vi crecer. Lo tuve en mi mano al poco de nacer. Hoy, cuenta con un añito de vida y hay que ver cómo crecen estos animales. Cuando cachorrillo, faltaba perro para cubrir mi mano. Hoy, sobra perro y falta mano.
Viéndolo, jugar, saltar corretear, sentir el lametón de estos Hércules, me siento imantado… Su viveza me cautiva. Su carácter tierno con la familia y distante con los desconocidos, resulta ideal tanto para el medio urbano cómo para ahuyentar jaurías de perros asilvestrados que campean por los campos abiertos arruinando la vida de los pastores. El perro de presa, es el celoso guardián en la custodia de su territorio.
Al poco de nacer estuvo delicadillo. Hoy luce una estampa de envidia. Tara, es el mimo de la casa. Juguetona, con quien la conoce y distante con los desconocidos… Todo estaba preparadito. Era un día grande. Habían apalabrado cruzarla con un seleccionado macho. Querían – y así fue- que les hiciera un reportaje fotográfico para fijar el recuerdo de su virginidad. Y al campo se fueron para unirlos, en matrimonio ocasional, mientras yo me quedé contemplando las imágenes…
Andando por esos andurriales de medianías, me fui, aprovechando que el tiempo estaba calmo, al monte de Vergara. Al mismito lugar donde se realizó aquella promesa votiva, cuando la peste y la cigarra amenazaron a tierras, hombres y animales con arruinar los fértiles campos de Guía, Gáldar y Moya. Hombres, mujeres, niños armados con cajas de guerra, tambores, cacharros, bucios y almireces, eran las únicas armas útiles para ahuyentar al cigarrón berberisco… El pueblo, en cuadrillas, noche y día, sin descanso, se distribuyó por los campos… El ruido, ensordecedor, poco o nada hacía para combatir a tan voraces enemigos… Solo un milagro podía poner fin a la tragedia que se cernía sobre esta amplia zona… Impotentes, se imploró a la Virgen para que pusiera su mano. La virgen, atendió el ruego y aunque el día era cálido, desde el mar salió una negra nube que descargó el aguacero en la zona, poniendo fin a tan terrible mal. Y allí mismo, en Vergara, el pueblo hizo una promesa que se mantiene inalterable en el tiempo…
Las Marías, no es una fiesta cualquiera. Es, algo así como un encuentro con nuestros seres queridos. Un encuentro, con el recuerdo de los propios del lugar, que en 1.811 lucharon por defender sus campos y animales. Por eso, cuando descendemos de Vergara, con un mato de eucaliptus, poleo o pino; con un mato adornado con los más bellos frutos, nos reafirmamos en la veneración de un pueblo por su virgen…
Anoche, mientras preparábamos la vestimenta de Néstor para acudir a tan señalada fecha, a visitar a la Virgen, hablaba con mi mujer, Lydia Díaz y sus hijas Mar y Yaiza. Mientras, conversábamos animadamente. No hay palabras, me decía Lydia, para describir el momento de la aparición de la Virgen en su pórtico… Ese momento, es inenarrable. Impone. Se eriza la piel con esa mezcla de sonidos de gratitud a nuestra Señora. Ha pasado el tiempo, pero el recuerdo permanece… La bronca voz de los bucios o caracolas… el sostenido tañido de los tambores… El toque metálico, eléctrico de las cajas de guerra…
Hace unos días le dije, Yeray Rodríguez, nuestro verseador por excelencia, en Teror, contaba en décimas, este momento…
Santa María de Guía
la de Bento y de Luján,
la de los quesos que dan
sabor a su medianía.
La que en agosto a María
su eterno amor le declara
y cada septiembre para
pagar promesa y favores,
baja su fe y sus tambores
desde el Lomo de Vergara.
Este fin de semana, primero a Vergara… Después, a la romería. Una romería/ofrenda, distinta y distinguida: AUTÉNTICA.
ALFREDO AYALA OJEDA
Alfredo: Tu relato ha sido muy emocionante. Para una guiense es lo máximo. Gracias por contarnos tus vivencias. ¡¡Eres Genial!! Saludos con mucho cariño.
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