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jueves, 26 de abril de 2012

* PONME UN RON, QUE CUANDO BAJE TE LO PAGO…

Pepito, es un listillo… Hoy, con el paso de los años, peina canas… Está, quizás, más asentadito, más calmado, pero continúa con sus viejos hábitos y, seguramente, morirá con ellos… “Pepito”, desde que dio sus primeros pasos, se le adivinaba carilla de ruin… De mataperros que en aquellos tiempos, de alpargatas, cartilla de racionamiento, llamaba la atención, pero con el paso de los años, muchísimo más… Pepito, tenía avergonzada a la familia que se veía impotente para encauzarlo por el camino del orden establecido… Algunos íntimos, para calmar a la angustiada madre, ponían a modo de curatodo, la eficaz medicina del tiempo para este tipo de andancio… Otros, veladamente, sentenciaban la amenazadora frase de la época: ¡cuando vaya al cuartel, lo harán un hombrito!...

Sin embargo, a medida que los años transcurrían, la conducta de Pepito se agudizaba. Iba de mal en peor… Pepito, solía decirle a su madre, para disipar su preocupación: “Máa, esto es un estilo de vida” y finalizaba en tono orgulloso: “¡soy un adelantado de la época!”.

Pepito, representa a uno de eso irrepetibles personajes que desde que vio las primeras luces llegó, para vergüenza de sus padres, con el título de “joyita” tatuado en el alma… Pepito, es más hablador que un loro y hasta dotado de un pronto chistoso que le servía para allanar el camino de sus propósitos. Es dicharachero. Tiene, lo que considera una virtud, la habilidad de embaucar a quien le presta oído. Un amigo, atinadamente, decía sobre este particular personaje: “tiene la cara más dura que el culo de un muñeco de los de antes”… y bajo un aspecto de bonachón es de los que aprovechan la buena voluntad de la gente, para sacar el sable de la funda y pegar un “sablazo” al que trinque… “Yo cubro una necesidad, pero no costeo un vicio”, le decía el propietario de la tiendita de la esquina… Otro tendero, que venía escaldado de las artimañas del “colgadera”, solía decirle, sin que nuestro protagonista se inmutara: “tienes una forma de pedir que parece que das”…

Pepito, era como Atila: por donde pasaba aburría hasta el paisaje. Cuando “quemaba” un territorio, cambiaba de “echaero” buscando nuevos incautos… La voz de ¡¡viene Pepito!! corrió por dentro y fuera de la ciudad como reguero de pólvora. Pero la voz había corrido tanto que su territorio cada vez era más estrecho. ¡Coño!, decía: cada día es más difícil “jincarse” un pizco de ron… Pero Pepito, tenía más caparazón que una tortuga boba, parecía crecerse ante las negativas…

Un día, en una tiendita de aceite y vinagre, pegó un tremendo “fiao” y el tendero tenía una calentura de esas de “tres, caballo y perica” porque Pepito, no aparecía a saldar la deuda. Mientras más envejecía los números en la manoseada libreta de los fiaos, más aumentaba la calentura del tendero…

Como eran tantas sus deudas había olvidado una cuenta pendiente y traspasó el umbral de la tiendita de “aceite y vinagre” con una amplia y embaucadora sonrisa… ¡¡ ponme un ron que cuando baje te lo pago!!

Y sin dejarlo caer respondió el tendero: Pepito, cuando bajes te lo pongo…

ALFREDO AYALA OJEDA

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