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lunes, 28 de noviembre de 2011

* INGENIO POPULAR


“Uno propone y Dios dispone”, es un dicho popular bien conocido por todos. .. Hoy, repasando el  dicho, me viene a la ya lejana memoria que me despertó el cura de la iglesia de La Salle, en las Alcaravaneras, cuando con el agua bautismal empecé a trincar un pizco de tino… ¡Alfredo, te llamarás!, dijo la severa voz del párroco… Era, Alfredo el nombre por el que mis padres se habían inclinado… Después, los hermanos, en el ambiente familiar, suelen cambiarlo por otro más breve que te acompañará  hasta el fin de tus días. A mí, segundo varón de la familia Ayala Ojeda, me lo cambiaron mis hermanas pequeñas por el de “Yeye”, quizás porque Alfredo, le resultaba más difícil pronunciar.  Así, que ya lo saben: uno propone y el ingenio popular bautiza o dispone.
Pero no solo ocurre en el ambiente familiar. También sucede en otros órdenes de la vida…

Solemos leer con relativa frecuencia,  esquelas que falleció tal señor  que, aunque tenga carné de identidad, nombre de pila y apellidos, era más conocido por el apodo que unas veces se hereda y otras,  se gana a pulso…  El apodo, en muchas ocasiones, suele tener  más fuerza que una escritura…

Recuerdo que en una de mis recaladas por la isla de Tenerife,  andaba buscando a un afamado artesano que atesoraba saberes del mar y de la tierra. Preguntando y preguntando, llegué hasta la puertita de su casa… Toqué con los nudillos de mi mano y me atendió su propia hija… ¿Isidoro L.?, pregunté… “¡no lo conozco!”, en voz baja, casi en secreto,  le añadí con el ánimo de ampliarle la información:   creo que le conocen por  ”el burro”… y exclamó: ¡¡es mi padre!!

También recuerdo aquella otra que me contaron… Un señor  de la isla Bonita que se asomaba a la ventana desde temprana hora, más trajeado que un jefe de planta del Corte Inglés, dando los buenos días a cuantos pasaban por  la céntrica calle.  Coincidía, que este personaje, ricachón de cuna, nunca había dado un palo al agua, ni falta que le hacía… La vecindad, ante tanta educación y riqueza, le puso el atinado apodo de “Educación y Descanso”…. 

En boxeo o en fútbol, sucede otro tanto… Recuerdo por ejemplo a Juan Albornoz, elegante y campeón indiscutible. Su rostro, cubierto por una mancha de nacimiento, era popularmente conocido como “Sombrita”… o Barrera Corpas, bautizado durante su carrera pugilística como “el ciclón del Atlántico” por aquellos cinco primeros asaltos a los que imprimía un ritmo vertiginoso… También, recientemente el elegante y finísimo jugador del Real Madrid Di María, popularmente conocido por su ateada figura, cómo  “El Fideo”.

El ingenio popular, no tiene ni límites, ni fronteras… Por ello, para continuar escribiendo este folio y pico sobre nuestra socarrona inventiva  y ciñéndome al título de este artículo, me voy a referir a algunas obras de arte situadas en distintos puntos de la isla de Gran Canaria…Supongo, que en el momento de su creación, estatuas, bustos o esculturas, tenían un justo nombre, pero el agudo  y certero ingenio popular, suele romper con lo establecido...

Estas disparatadas líneas me voy a referir a la obra de distintos artistas que bautizaron su trabajo antes de colocarlo.  Varios, son los ejemplos…
Haciendo acopio de la memoria puedo señalar que en la Avenida  Marítima de Las Palmas de Gran Canaria, frente al Hospital Insular, figura una obra de Chirino que el autor, bautizó con el nombre de “Lady  Harimaguada”. Sin embargo el isleño lo de Lady quizás le resultó lejano o fuera de lugar y la rebautizó con el otro más cercano, más nuestro: “Seña” Harimaguada.

En el otro extremo de la ciudad, en la zona del Rincón, en la autovía del norte el desaparecido escultor y amigo Tony Gallardo, creó  con atinada inspiración  la obra “El Monumento al Atlántico”. Su obra, representa un amplio abrazo de bienvenida al bravo mar que golpea, repetidamente,  esa zona norteña… Hasta no hace mucho, el lugar donde se levanta el monumento, existía una roca arenisca que se conocíamos como la “Peña de La Gaviota”, pero que el progreso en ese afán de acortar las distancias, la eliminó del paisaje privándonos, a los nostálgicos, de tan bella estampa.  El Rincón, era zona oscura en la que en pelados terrenos, ocultos de miradas de curiosos, a la que acudían las parejas, enamoradas o no, a darse su sofocón... El lugar era indicado para comprobar que el autor de aquella vieja canción: “que difícil es hacer el amor en un Sinca 1000”, no estaba desencaminado…  Sin embargo, como era zona de fugaces encuentros de parejas que hacían sus arrumacos amparados por la oscuridad de la noche, el saber popular rebautizó la obra “El monumento al Atlántico” con el nombre más acorde con la situación: “el monumento al polvo”…

Así que lo dicho, el hombre propone y el ingenio popular dispone…

ALFREDO AYALA OJEDA

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