* “REQUIEM” POR LA BODEGA DE JULIÁN

Cuando casi se cumple el décimo aniversario desde que “Televisión Canaria” y “La Bodega de Julián” propusieran, esta amigable cueva como auténtico hogar donde nuestro folclore y sus protagonistas se pudieran dar cita, comenzó a cimentarse, sin más protocolo, el diálogo con una audiencia hermanada por el amor a lo propio.

No hubo, ninguna otra pretensión que no fuera difundir y gozar de nuestra mejor música popular, y también, conocer por su propia voz las vivencias, las inquietudes y afanes, las luces y sombras biográficas de cuantos intérpretes y autores por derecho la representan.

Empezó así una fiesta donde todos, sin exclusión, somos protagonistas. Pretendí, cuando creé “La Bodega de Julián”, exigir sólo un requisito que he mantenido hasta hoy: el amor a nuestra música y cuanto ella representa: el ayer y el hoy de la tierra propia, el sentimiento, los amores y dolores de todo un pueblo.

Con este propósito, el resto ha ido caminando por sí mismo. Intérpretes y solistas, voces señeras y voces nuevas, instrumentistas y grupos, artesanos y poetas, que, con su paso por el programa han convertido “La Bodega de Julián” en el auténtico templo del folclore.

¿Cómo es posible, me preguntan, que siendo el plató tan chico, con unos barriles por mesas, banquetas contadas, lagar, cocina y comedor, has podido albergar el corazón entero de Canarias? Alfredo, “La Bodega de Julián” es como un milagro chico de lo cotidiano.

Pero no hay ni secreto, ni misterio. Quizás su secreto estribe en reunir a un grupo de amigos, para que a través del vínculo universal de la música, compartir en amena conversa y en un ambiente distendido, el sentimiento y la verdad de lo propio.

La Bodega de Julián, está inspirada en la festividad de San Andrés, en la de San Martín, en la de San Simón, cuando los parranderos se acercan a las bodegas a probar los nuevos caldos. Por eso busqué como plató, una cueva, la de Julio el Tiznao, cavada en la toba a golpe de pico y escoda. Me parecía cómo que, nuestras voces, nuestra música brotaran desde las mismísimas entrañas de la tierra… una tierra que frente a silencios, tantas veces impuesto desde fuera, eleva su arma más valiosa para defenderse: la voz y la palabra.

La Bodega de Julián, en suma, es un espacio donde puede hermanarse el pueblo cuando canta, cuando su música, con o sin autor, eso no importa, ofrece y comparte, goza y sufre intensamente su sentir colectivo, y lo hace entre amigos, familiarmente. Lo hace de una manera familiar y llana, sin pretensiones eruditas. En La Bodega de Julián, han vibrado voces de indiscutido magisterio y otras nuevas que se suman con renovada emoción: grupos que sostienen la maravillosa corriente de ida y vuelta de nuestro folclore, abrazándose con América Latina: los prodigiosos repentistas que al compás del punto cubano ofrecen deslumbrantes e ingeniosas respuestas en poesías que tiene vida fugaz… Y la alegría de las incansables y divertidas parrandas, viviendo siempre de espaldas al reloj, para que no amanezca tan deprisa.

Pero también han pasado por la bodega, en medio de un general silencio emocionado, tambores, pitos, chácaras, cantos de trabajo, romanceros mostrándonos en sus actuaciones, esa otra joya de nuestro folclore.

Por eso me entristece que ahora, en su décimo aniversario, alguien que no es de estas ínsulas, saque la vara de medir y silencie para siempre la seriedad, el rigor y el desenfado, para condenarnos al olvido.

Los causantes de su muerte de “La Bodega de Julián” tienen nombre, apellidos y hasta carnet de identidad.

ALFREDO AYALA OJEDA